Zhuangzi

La felicidad verdadera solo se encuentra en la mente sin restricciones. Zhuangzi

jueves, marzo 03, 2022

FREUD, AQUÍ Y AHORA POR MARCO MARTOS

FREUD, AQUÍ Y AHORA
por Marco Martos



FREUD, AQUÍ Y AHORA
por Marco Martos
 
I
 
Sesentiséis años después de su muerte, ocurrida en Londres el 23 de setiembre de 1939, y ciento cinco años después de la publicación de su obra más popular, La interpretación de los sueños, Sigmund Freud, ese neurólogo austríaco nacido en 1856, se ha convertido por derecho propio en una de las celebridades científicas más características de la época contemporánea. Y lo es, también, porque sale bien librado de los apasionados ataques que sempiternamente recibe. Resistir, sobrevivir en las condiciones más difíciles, es una lección que día a día recibimos de este maestro de la psicología profunda. Aislado tempranamente, aunque famoso, Sigmund Freud es el fundador de un nuevo tipo de psicología médica, conocida como psicoanálisis, que durante su vida fue casi exclusivamente enriquecida con el producto de su observación y de su intuición creadora; con todo el talento de sus discípulos o continuadores, ninguno ha hecho, ni siquiera Jacques Lacan, tan celebrado en círculos cerrados, contribuciones más originales que las del fundador de esta disciplina. Naturalmente, el común de las personas conoce los nombres de algunos célebres disidentes, Alfred Adler y Carl Jung, entre los primeros que se separaron del maestro, o de ( Wilheim Reich en años posteriores, y conoce también el éxito mundano del psicoanálisis en estos últimos setenta años, en especial en Estados Unidos, circunstancias, unas y otras, que dan una imagen bastante parcial del propio psicoanálisis, que aspiraba y aspira a ser un todo coherente, una concepción de la vida, un sistema de psicología individual, aunque como terapia es “el primero entre pares”, como dijo el propio Freud. 
 
La importancia en las últimas décadas de Melanie Klein o de Françoise Dolto en la vida contemporánea no hace sino reforzar, de modo indirecto, la vigencia de Freud. Ciertamente, Freud no descubrió el inconsciente, Nietzsche o Schopenhauer o Kierkegaard o el propio Platón o cualquier otro ilustre filósofo de la antigüedad conocieron esa fuerza a veces demoníaca. Lo que Freud puso para siempre delante de nuestros ojos fue el inmenso poder dinámico de la parte inconsciente de nuestro aparato psíquico, sede y depósito de nuestros impulsos instintivos, de todos nuestros resentimientos más profundos, de todos los odios y agresiones que no nos atrevemos a encarar y admitir. Ese inconsciente no conoce ni espacio ni tiempo; experiencias de nuestra más remota infancia siguen sepultadas ahí como rescoldos dispuestos a incendiarse en cualquier edad. El inconsciente es un feroz enemigo de la lógica, luciferinamente astuto, capaz de presentarse en cualquier situación bajo una capa de voluntad real y racional. Como dijo Simmel en su oración necrológica sobre Freud, el conocimiento del inconsciente “permitirá al hombre dominar las fuerzas instintivas elementales de la naturaleza humana y dirigir sus energías hacia un objeto constructivo, haciendo a la vida más libre para todos”. El propio Freud, como puede leerse en una de sus últimas obras, El malestar de la cultura, era bastante menos optimista y nunca dejó de creer en ese viejo aforismo romano que sostiene que el hombre es lobo del hombre. 
 
II
 
El psicoanálisis, como todo cuerpo científico, no se formó de un día para el otro, ni sentó bases definitivas sino después de una muy laboriosa actividad empírica. Surgió del estudio de los fenómenos histéricos, cuando a fines del siglo XIX los maestros de la psiquiatría discutían acerca de la etiología de esa enfermedad. El Dr. Joseph Breuer obtuvo éxito resonante con la aplicación de la hipnosis a una enferma. Freud se unió a Breuer, y como ambos conocían además las contribuciones de Charcot y Berheim, estuvieron capacitados para experimentar un nuevo método al que denominaron “asociaciones libres”, que consiste fundamentalmente en dejar hablar al paciente, para que afloren uno a uno sus problemas; correspondía al terapeuta una actitud activa encarriladora del monólogo. Esta técnica no fue ni aceptada ni rechazada en los medios científicos. Aunque Breuer decidió más tarde suspender sus exploraciones, Freud continuó con renovado ímpetu. En 1900, con La interpretación de los sueños, Freud amplió el método que luego denominaría psicoanalítico, señalando que los sueños son expresión encubierta de los deseos reprimidos, especialmente deseos sexuales que desplazan los mecanismos patológicos que han de producir síntomas neuróticos. En esta obra, además de introducir los conceptos de “desplazamiento” (que es la transferencia de un afecto hacia una u otra idea), de “simbolismo”, “encubierto”, etc., fue acuñado el término “complejo”, que ha pasado a designar en el lenguaje popular no solo numerosas manifestaciones del psiquismo humano, sino diversas expresiones mentales en el arte, la literatura, la antropología, etc. 
 
Freud continuó aplicando sus puntos de vista y en 1904 publicó su Psicopatología de la vida cotidiana y en 1905, El chiste y su relación con el inconsciente y también Tres ensayos sobre teoría sexual. En estas obras describe otros mecanismos que señalan la presencia del inconsciente en la vida de los individuos: los lapsus en las palabras habladas o escritas, en la memoria, que diariamente cometemos; así mismo las falsas asociaciones libres, los chistes y el humor. En el último de los libros mencionados, Freud desarrolló la teoría del instinto sexual a partir de un número de instintos “componentes” que se manifiestan desde el momento del nacimiento del ser humano. Al nacer el niño, por razones de orden biológico, concentra sus instintos en la zona de la boca, el principal vehículo del alimento materno; al cabo de unos meses se desplaza hacia la zona anal y por fin se integra la hegemonía de los instintos a los órganos sexuales. Más adelante Freud desarrolla el concepto de “libido” como instinto sexual; dentro de ese instinto Freud señala el “narcisismo”, representación del autoerotismo. Una parte de la “libido” busca satisfacción autoerótica, y otras son proyectadas hacia el exterior. Los primeros objetos de amor, y, en consecuencia, los forjadores más primitivos de los celos y del odio, deben hallarse necesariamente en el círculo familiar, porque en él gira la vida del niño durante los primeros años. Como el niño varón ama invariablemente a su madre que le proporciona el primer alimento, ve en su padre a un rival y surge así el “complejo de Edipo”, que cubre el devenir de la vida humana y se proyecta a las costumbres sociales. Así, la “libido”, con el cursar de la vida, tiende a buscar nuevos objetos que se encuentran como reencarnaciones de los primitivos, en la escuela, en el trabajo, en el matrimonio, lo que se interpreta mediante los sentimientos que originalmente fueron dirigidos a la madre. Freud atribuyó una significación especial al sexo. Dijo: “las doctrinas de la resistencia y de la represión, del inconsciente y del significado etiológico de la vida sexual y de la importancia de las experiencias infantiles, son elementos básicos del psicoanálisis”. 
 
En otra de sus obras fundamentales, El yo y el ello, que es de 1923, Freud divide los mecanismos mentales en tres categorías: el consciente o YO, el ELLO o la reserva instintiva del inconsciente y el SUPER YO o los elementos morales. Este último es el resultado de tres procesos fundamentales: la introyección dentro de sí de instancias morales externas representadas por los padres o por cualquier persona que haya desempeñado función importante en los primeros años de vida; en segundo lugar, la dirección que ha seguido esa moral “internalizada” (interiorizada, en la lengua general) en su narcisismo, o sea que el individuo ame en sí mismo lo que es o lo que deba ser, y, por último, la recepción de los impulsos hostiles y agresivos que no pueden ser proyectados al exterior. 
 
III 
 
Cuando a Freud se le pidió que redactase algunas líneas autobiográficas, prefirió, con grandes alardes de modestia (que era cierta en quien tenía como lema “ama y trabaja” y supo soportar el aislamiento durante muchos años), hacer una historia del movimiento psicoanalítico lo más impersonal posible, excepto en lo que se refiere a sus disputas con los discìpulos rebeldes Alfred Adler, Wilheim Stekel y Carl Jung. Hasta hace unas décadas no contábamos con una biografía seria de Freud hasta que apareció en inglés el monumental trabajo de Ernest Jones, uno de los fieles seguidores del maestro; junto con este laborioso esfuerzo existen los aportes de Martín Freud, Sigmund Freud: mi padre; Teodoro Reik, Treinta años con Freud; Ludwig Marcuse, Sigmund Freud; Helen Walker Purner, Freud, su vida y su mente. De todos estos libros existen traducciones en castellano. A estos libros, bastante conocidos, hay que añadir uno Sigmund Freud reciente, de gran valor, escrito por un historiador, Peter Gay. Su Freud, una vida de nuestro tiempo, es el libro más apasionante sobre Freud desde que apareció el libro de Jones. Como en un gran fresco, Gay entrelaza aspectos conocidos de la vida de Freud con otros menos difundidos pero de gran valor analítico y, a su vez, todos estos episodios biográficos sirven de fondo a sus descubrimientos científicos. Otro libro que merece consultarse, en el capítulo destinado a Freud, es Mentes creativas, de Howard Gardner Este psicólogo explica bien lo que podríamos llamar la opinión más difundida sobre Freud hoy día, más allá de los linderos del psicoanálisis, y es que Freud se vio a sí mismo como un científico y al psicoanálisis como una ciencia. Tenía fe de que al final, sus descubrimientos tendrían una base neurológica y química. Esto no le impidió, ni a otros tampoco, reconocer la naturaleza artística y filosófica de su obra y las facetas de pionero de su personalidad. Aunque algunos aspectos del psicoanálisis han recibido apoyo científico a lo largo de los años, es justo decir que la mayor parte del interés en el psicoanálisis ha venido de fuera de la comunidad científica y que la mayoría de los científicos intransigentes no considera a Freud seriamente como miembro de su fraternidad. Esta situación, dice Gardner, habría decepcionado a Freud, pero probablemente no le habría sorprendido: y habría seguido sosteniendo que, a la larga, la base científica de sus principales descubrimientos sería confirmada. Resulta innegable el hecho de que Freud, no solamente por sus descubrimientos científicos, sino por su audacia imaginativa, ha contribuido a aumentar nuestros conocimientos sobre los seres humanos, junto con sus admirados Esquilo y Sófocles, o sus más cercanos Nietzsche y Schopenhauer. Estos dos últimos, con métodos totalmente diferentes, habían llegado a las mismas conclusiones que Freud sobre la naturaleza y la conducta de los seres humanos. Como dice Gardner, Freud pertenece al mundo, es difícil imaginarlo convertido en una figura menor. Esto ya es una hazaña notable para un individuo casi desconocido hace un siglo, cuya arma poderosa fue un modo de investigar la naturaleza del soñar y los sueños mismos. Freud fue un individuo emblemático que recuerda para Gardner la doble naturaleza de la creatividad: un avance dentro de un campo concreto que, al final, puede también iluminar los intereses y valores de diversas comunidades humanas. 
 
Cada uno de los libros a los que hemos hecho referencia responde a finalidades concretas, la principal de todas, satisfacer la curiosidad de miles de lectores en todo el mundo por conocer los vericuetos personales de un autor que ha dado tanta importancia a la biografía infantil. El propósito divulgador de la mayoría de estos trabajos está íntimamente ligado con el otro interés: el conocimiento científico, que aparece con mayor claridad en los tres tomos de Ernest Jones que, además de darnos un sinfín de datos, va haciendo un comentario, las más de las veces acertado, sobre la obra científica del maestro. Paul Roazen, que había estudiado las relaciones de Freud con Víctor Tausk, el discípulo suicida, en los años setenta del pasado siglo publicó un libro sumamente interesante sobre los vínculos del maestro con otros amigos suyos, menores. Estudia los conflictos de Freud con Alfred Adler, Wilheim Stekel y con Carl Jung. Como es sabido, Alfred Adler (1870-1937) redujo la importancia de los factores sexuales, negó, en una palabra, la “libido” e hizo remontar todo a la agresión. De otro lado, como Jean Paul Sartre mucho después, Adler entendió que las personas, a partir de sus propias insuficiencias y falta de autoestima, pueden sostenerse a sí mismas degradando a otras y cuando se ha tratado de alguien inferior a un grupo o a una clase, esos sentimientos se intensifican y pueden conducir a maniobras compensatorias de las dudas sobre sí mismas. Adler se adelantó a su tiempo en la comprensión de algunos fundamentos sociales de la destructividad; por ejemplo, quienes se han ocupado de la raza como fuerza psicológica en el mundo moderno, hombres tan cercanos de la psicología como Franz Fanon, han reconocido su deuda con Adler. Examinada retrospectivamente, la controversia entre Freud y Adler se parece más que nada a lo que Freud calificó de narcisismo de las pequeñas diferencias: una disputa entre hombres que están tan próximos el uno al otro que se sienten obligados a compararse, pero que consideran sus diferencias como reproches o críticas. Carl Gustavo Jung (1875-1961) fue el discípulo más querido de Freud. El príncipe heredero sostuvo heterodoxamente que “la causa del conflicto patógeno radica principalmente en el momento presente”. 
 
Freud replicó en cambio que “la teoría de la represión y de la resistencia, el reconocimiento de la sexualidad infantil y la interpretación y aprovechamiento de los sueños” eran piedra de toque del psicoanálisis. Pero habría que escribir todo un libro para estudiar sus diferencias. Con Wilheim Stekel (1868-1940) la disputa fue más leve. Stekel nunca elaboró una alternativa a las ideas de Freud. Tenía una extraordinaria perspicacia para la comprensión intuitiva de las emociones inconscientes y Freud –cosa rara siendo Stekel un discípulo– siempre lo reconoció; se alejó de él más por razones personales que científicas, por algo que no está totalmente establecido. Cuando Stekel tuvo una disputa con Tausk, Freud le retiró su confianza. Stekel solía decir que un enano veía más lejos si se subía en los hombros de un gigante. Y Freud, que tenía poco humor en las controversias, respondió: “Eso puede ser cierto, pero un piojo en la cabeza de un astrónomo, no”. Debemos a Stekel el uso del término “tánatos”, para referirnos al deseo de muerte, que Freud adoptaría, y, además, otra certeza a la que arribó el propio Freud: “que el odio y no el amor es la relación primordial entre los hombres.” III En uno de sus últimos escritos, el breve texto titulado Más allá del principio del placer, Freud condensa en una imagen poderosa la historia trágica de la humanidad desde la perspectiva de Occidente. Pueda que este descubrimiento parezca a sus detractores no estrictamente científico. Pero, en todo caso, hunde sus raíces en creencias compartidas por casi toda la humanidad. Se trata de Eros y Tánatos, dos dioses, dos fuerzas que gobiernan y dividen nuestro ser. En permanente conflicto, ellos determinan los ritmos de la existencia, la procreación, la evolución psíquica y somática, pero al final, contrariamente a nuestras intuiciones y nuestras esperanzas, no es Eros, el amor, sino Tánatos, el vidrio opaco de la muerte, el que está más cerca de las raíces del hombre. Lo que el hombre se esfuerza por conseguir no es la sobrevivencia y la perpetuación, sino el reposo, la inercia perfecta. Para Freud, la vida orgánica, que ha conducido a la explosión de la vida humana, fue algo anómalo, una exuberancia fatal que trajo dolor indecible y deterioro ecológico y por eso mismo terminará tarde o temprano. La quietud volverá a la creación cuando la vida vuelva a la condición natural de lo inorgánico.
 
 La “libido” conduce a la muerte. Freud sabía muy bien que lo que decía eran especulaciones de la imaginación de un hombre envejeciendo en medio de la persecución. Pero aún así, lo que resulta asombroso, más allá de su sombría conclusión, es que el hombre, efectivamente, en décadas posteriores, está haciendo todo lo posible por deteriorar la tierra, la casa de todos, de un modo que no ha sido hecho en los últimos siglos. El ser humano parece votar por un no a la vida de un modo cada vez más irracional, actitud que corrobora los negros vaticinios de Freud. Si Calderón pensaba que el peor delito del hombre era haber nacido, y Heidegger constata que el hombre es un ser para la muerte, Freud vaticina la muerte de la especie. Para Freud no hay salvación más allá de la muerte. Pensó que el psicoanálisis podía terminar con las ilusiones infantiles que tienen su origen en la religión. Hizo la ecuación que emparenta lo metafísico con lo infantil. Y Jung le replicó, en los primeros tiempos, cuando eran amigos: “Pienso, querido doctor Freud, que debemos dar tiempo al psicoanálisis para que se infiltre en las gentes desde muchos centros, para revivificar entre los intelectuales la emoción por el símbolo y el mito. Muy poco a poco debemos transformar de nuevo a Cristo en lo que era, el dios a divino de la viña, y así absorber aquellas instintivas fuerzas extáticas del cristianismo con el único propósito de hacer del culto y el mito sagrado lo que una vez fueron: una fiesta de alegría embriagadora en la que el hombre recupere el ethos y la santidad animal. En esto consistía la belleza y el propósito de la religión clásica. Freud trató de desterrar las formas arcaicas del irracionalismo, de la fe en lo sobrenatural y coincide, de un modo curioso, con alguien que siendo de origen judío, como él, no tenía que ver con el psicoanálisis: Elías Canetti, quien en uno de sus libros más célebres, Masa y poder, al hablar de las masas religiosas, sostiene que mantienen su coherencia, entre otras razones, por la lejanía de la meta y, naturalmente, por la imposibilidad de comprobar la veracidad de la existencia de una vida más allá de la muerte. Se dice que la fe mueve montañas y mantiene las creencias, agregamos. En la religión judía, de la que Freud se apartó tempranamente, se cree fuertemente en la reencarnación, pero no se habla de ello para evitar que la vida se vuelva pasiva con el pretexto de la próxima reencarnación. Y se dice que el objetivo de cada uno es hacer una “reparación”, “tikun” en hebreo, durante su vida. Si así fuese, podría decirse que Freud cumplió con su reparación, ¡y de qué modo!. Pero dejó de creer en el Dios del antiguo testamento, ese Dios que todo lo aniquila y que es, como Tánatos, el vidrio opaco de la muerte.

 

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