Del libro "Defensa India del rey"
Mare Nostrum
I
Los espacios y la gente
Mediterráneo
Los espacios y la gente
Mediterráneo
En el Mediterráneo hay tres puertos seguros: Cartagena, junio y julio. Cuando llegue el invierno y se desaten todos los vientos no lleves a tu barca a navegar en el mar color vino. Ponla entre las piedras, guarda tus aparejos. ¡Que las tormentas pasen a lo lejos! Cuando el plomo del cielo y el plomo de las aguas se abracen, descansa en tierra, arrebújate en tus ansias, deja que los hielos desaparezcan en el turbión de los días, espera el añil del verano, los colores pálidos de las flores, lánzate a la aventura, en línea recta, proa a lo desconocido, así conocerás, por fin, como en tus sueños, el mismo paraíso o el infierno.
Los cananeos
Un collar de puertos adornan las colinas. Abajo el mar, el leve mar con sus ansias. Penínsulas, casas blancas, y un manantial de agua potable en el centro de lo salado, inagotable y sagrado, un Dios. Y ese molusco de los reyes, el múrice, que tiñe a las lanas de púrpura, de rosado y violeta a las lanas que van a Egipto, a todo el Levante, el Mar Rojo, el océano Índico; barcos que viven llevando cerámicas azules, vidrios de todos los colores y el betún magnífico del Mar Muerto para calafatear los barcos y más tarde los techos de las casas de Cartago. ¡Y el alfabeto! Esos magníficos garabatos que atraviesan los siglos y usas todavía cuando escribes.
Los frutos de oro
Casi besando el mar, las sedientas lenguas del desierto y ¡cuántos huertos! Arbustos verde oscuro con sus frutos de oro: naranjas, limones, mandarinas, que han venido en caravanas árabes desde el corazón del oriente. Y cactus, ágaves, nopales, tomates y maíz de México, sábila y papa del Perú, pimiento de Guyana, berenjena de la India y camellos en caravana con pimienta, sedas de la China, el marfil, la plata, las piedras preciosas y el agua dulce en botijas, más preciosa que todos los tesoros del mundo. Inacabable el arroz, milagro de los árabes, y el durazno de Catay, de Bagdad, mieles que codicia tu boca.
Mare Nostrum
En estas aguas pululan los espíritus en un presente eterno. Está Odiseo retornando a Ítaca en medio de vinosas mareas y tempestades. Está Julio César, en su barca, en la desembocadura del Nilo, esperando que las sombras traigan el fino talle y el espíritu Cleopatra. Está Octavio Augusto mandando desde Roma La Eneida de Virgilio e imponiendo su Pax Romana. Está Jesús predicando en Galilela, rodeado de sus discípulos. Están los pontífices católicos, con sus iglesias barrocas, conservando en la palabra el imperio de Carlos V. Y está la otra cara de la moneda: el islam que viene de Abraham y de Mahoma y hace de La Meca una segunda Roma. Y está Constantino dando continuidad a la civilización griega. Poco ha cambiado en el reloj de la historia. Las religiones del libro siguen ahí con sus combates. Pero la palabras vuelan sin papiros ni pergaminos en boca de todos los hombres.
Amores y odios
Solo el odio prevalece en el Mare Nostrum. El griego odia al persa y el persa lo mira desdeñoso. Con sangre y lanzas Augusto impone su pax romana. Debajo , los odios siguen burbujeando. Odia el romano al cartaginés, al fenicio, y recibe odio con la misma fuerza. Los islámicos ocupan España y son expulsados, después de siete siglos, para siempre. Dejan sus magníficas mezquitas, nombres de pueblos y nombres de las personas. Con los judíos pasa lo mismo y se cambian los apellidos: se convierten en Flores, Calvo, Oreja, Barriga. Los cristianos hacen las cruzadas y tratan de recuperar sus sagrados lugares. Constantinopla aparentemente no tuvo odios ni cruzadas. Ahora se llama Estambul, tomada por sus antagonistas. Acumula saberes el Mare Nostrum, en todo orden de cosas, en las ciencias básicas y en las ciencias humanas ,y bellezas sin par que anonadan como la mezquita de Córdoba, chorro de luz y oro manejado por manos de orífices.
Ager y saltus
Los romanos llamaban ager al campo y saltus al monte, a la selva, al desfiladero. De un lado, los cultivos y de otro la mezcla de árboles y hierba magra. Parcelas de ager descansaban algunas temporadas y el saltus a veces movía sus fronteras según la voluntad del clima. ¿Dónde vivir? Los humanos huyen de las soledades, prefieren las aglomeraciones, desde las aldeas hasta las metrópolis, y Roma era la más orgullosa. No era solamente el número de pobladores, importaban la historia, los monumentos, la administración, la política. El más humilde poblado quería parecerse a la capital, como ahora mismo. Agua y sol son indispensables y entonces lo eran. También las rutas por mar y tierra, la circulación de bienes y personas. ¡Qué importantes los puertos, los vados! Los romanos repetían, en los lugares que fundaban, campamentos militares, calles rectas, foros, monumentos, y secaban los pantanos. Los islámicos adoraban lo escaso: el agua, los oasis, las huertas, los frutos amarillos, verdes, marrones. Unos y otros vivían del ager, y temían al saltus que les atraía con ojos hipnóticos.
Senadores y caballeros
Mientras crecía, Roma se volvió confusa y explosiva. Los senadores tenían las magistraturas, los mandos militares, el gobierno de las provincias y los latifundios. Arbitrarios y poderosos, solo conciliaban con los caballeros, los dueños de los negocios bancarios. Juntos parecían inexpugnables. Aristócratas de la tierra y el dinero, cobraban los impuestos en nombre del fisco y arruinaban a los otros grupos sociales. Los pequeños propietarios cultivaban personalmente la tierra y eran arrebatados de su querencia para incorporarse a los ejércitos romanos. Regresaban rengos, cojos, mancos, llenos de gloria, colmados de tristeza. Deambulaban entonces, menesterosos, por las calles de la urbe, pululaban en el foro. Vivían de pequeñas espórtulas, menguados salarios, de la distribución pública del trigo y del aceite, de los escasos favores de los poderosos que aumentaban algo en las épocas de elecciones. Así era Roma en la época en la que nació Julio César.
Etruscos
Poco sabemos de esta gente. Nos parecen misteriosos. Vinieron de lejos. Su lengua es indescifrable. Se dice que eran rechonchos, bajos, obesos, vigorosos. De cara abultada, nariz corva, frente ancha y deprimida, casi negros, de frente ancha y deprimida, cráneo un poco aplastado y cubierto con una cabellera ondulada. Ocuparon primero el valle del río Po y después pasaron al otro lado del Tíber, a lo largo de las costas. En sus ciudades había una aristocracia rica y poderosa que cada año nombraba a los magistrados. Utilizaron las húmedas llanuras de Toscania y, merced a hábiles drenajes, consiguieron importantes cosechas en lugares que luego volvieron a ser pantanos. Sus barcos llevaban a Grecia copas, lámparas, espejos de mano, traían estatuas de barro, artículos de alfarería roja y oscura, las copiaban con esmero y las vendían pueblo por pueblo. Construyeron ciudades fortificadas con alcantarillas abovedadas, ríos regulados, con acueductos. Hablaban con los muertos y les escribían poesías que hasta ahora ignoramos. Las tumbas eran grandes salas subterráneas en cuyas paredes había gabinetes decorados con pinturas. El cadáver reposaba en lechos rodeados de ajuares; de ahí vienen los vasos y las joyas que conocemos de esos tiempos. Tenían terror a lo desconocido y por eso amaban tanto a los desaparecidos que les eran familiares. A la muerte la dibujaban espantosa y a los dioses les ofrecían sacrificios humanos. Fueron etruscos los que crearon los combates de los gladiadores para así calmar la ira de las sombras. Sus visionarios, los augures, leían el futuro en el vuelo de los pájaros, en las entrañas de las víctimas, en el parpadear de las estrellas en las noches claras.
Griegos
El sur de Italia tenía el perfume de lo griego. Nápoles, Tarento, Crotona, Síbaris, Siracusa, eran ciudades prósperas, a orillas del mar, con valles fértiles en las que florecía la cultura de la Hélade. La religión era griega, la pasión política, la voluntad de guiarse por la razón y la claridad que llegó hasta los campesinos del Lacio. Hubo entonces un equilibrio cultural. Lo que llamamos Roma en nuestras mentes es algo latino que incluye a los griegos y a los etruscos. Cada pueblo puso lo suyo. Pero los griegos dieron su escritura, su límpido pensamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
De mis manos brotarán
amapolas rojas como la sangre.
Así, quizás mi poesía sea eterna.
MI POESÍA SOY YO
FANNY JEM WONG M
LIMA - PERÚ