EPICEDIO EN HONOR DE CLAUDIO MARCELO
POR Marco Martos
Son hermosas las aguas tibias de puerto Bayas,
estanques humeantes de calmada felicidad,
pero son crueles y despiadadas con los descuidados veraneantes
que no queman incienso a Nepturno deslizándose con su tridente
en la profundidad de aquellas corrientes transparentes
entre peces y sirenas en el fondo de los ríos y los mares.
Ha muerto Claudio Marcelo, hijo de Octavia, hermana de Augusto,
casado con Julia, la hija del emperador.
Tenía veinte años y se precipitó al fondo de las aguas,
no sabemos los detalles, apenas los imaginamos
y de nada sirve ese divagar. Tal vez un calambre,
una confianza excesiva en la fuerza de su contextura,
o la soberbia del que es descendiente de los dioses
y considera, equivocándose, que tiene el destino de los inmortales.
Tenemos que aplacar al can Cerbero con sus tres gargantas ladradoras
y darle una moneda a Caronte en su barca trágica,
para que Claudio Marcelo atraviese el Leteo, el río del olvido,
y regrese victorioso en la memoria de los romanos
como Cayo Julio César, aquel hombre de su linaje
que se alejó a las estrellas, fuera del camino de los hombres.
Claudio Marcelo acaba de morir y queda vivo en la historia
mientras alguien lea con algún aprecio
los versos que en su honor compuso Sixto Propercio
en una mañana de verano radiante, en Roma.
POR Marco Martos
Son hermosas las aguas tibias de puerto Bayas,
estanques humeantes de calmada felicidad,
pero son crueles y despiadadas con los descuidados veraneantes
que no queman incienso a Nepturno deslizándose con su tridente
en la profundidad de aquellas corrientes transparentes
entre peces y sirenas en el fondo de los ríos y los mares.
Ha muerto Claudio Marcelo, hijo de Octavia, hermana de Augusto,
casado con Julia, la hija del emperador.
Tenía veinte años y se precipitó al fondo de las aguas,
no sabemos los detalles, apenas los imaginamos
y de nada sirve ese divagar. Tal vez un calambre,
una confianza excesiva en la fuerza de su contextura,
o la soberbia del que es descendiente de los dioses
y considera, equivocándose, que tiene el destino de los inmortales.
Tenemos que aplacar al can Cerbero con sus tres gargantas ladradoras
y darle una moneda a Caronte en su barca trágica,
para que Claudio Marcelo atraviese el Leteo, el río del olvido,
y regrese victorioso en la memoria de los romanos
como Cayo Julio César, aquel hombre de su linaje
que se alejó a las estrellas, fuera del camino de los hombres.
Claudio Marcelo acaba de morir y queda vivo en la historia
mientras alguien lea con algún aprecio
los versos que en su honor compuso Sixto Propercio
en una mañana de verano radiante, en Roma.
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De mis manos brotarán
amapolas rojas como la sangre.
Así, quizás mi poesía sea eterna.
MI POESÍA SOY YO
FANNY JEM WONG M
LIMA - PERÚ