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viernes, septiembre 03, 2021

José María Eguren: la palabra dicha a media voz por Marco Martos

José María Eguren: la palabra dicha a media voz por Marco Martos


José María Eguren: la palabra dicha a media voz por Marco Martos

 
Entre Manuel González Prada y César Vallejo, a los peruanos nos nació José María Eguren, el único poeta que es capaz de compartir preferencias en los escritores posteriores con el propio Vallejo. Nacido en 1874 y muerto en 1942, cuando falleció había sido nominado integrante de la Academia Peruana de la Lengua, tenía una obra sólida en poesía y prosa y era reconocido como un artista con múltiples intereses, pues era aficionado a la pintura y a la música y tenía la curiosidad del artesano que fabrica sus propios instrumentos, desde objetos de papel o cartón hasta máquinas fotográficas. En poesía hay un aire de familia entre José María Eguren, los románticos alemanes, Novalis en especial, los vates simbolistas franceses y los poetas crepusculares italianos. Si hubiera que escoger algunos, con los que el parentesco es más visible, estos serían Verlaine y Mallarmé. Comparte con el primero la afición por el matiz, el encantamiento de las ciudades en el otoño; mientras en Verlaine sentimos la lluvia cayendo sobre los techos de París, en Eguren hallamos la construcción de un espacio con palabras como no había ocurrido en la poesía peruana, añadido a la realidad, como lo pediría Vicente Huidobro; y hallamos también, escondido, de ninguna manera explícito, el paisaje neblinoso de Lima. Pero con Mallarmé comparte algo más profundo e intenso: la concepción del poeta como un artista que tiende su mirada a otras artes, que en todas las horas de sus días está consagrado a su oficio.
 
José María Eguren publicó los libros de poemas Simbólicas (1911) y La canción de las figuras (1916). Uno de sus más devotos lectores, Estuardo Núñez, estudioso de la literatura peruana, editó en 1929 Sombras y rondinelas, libro que recogía la producción lírica inédita de Eguren. Hogaño debemos a Ricardo Silva-Santisteban las ediciones más cuidadas del célebre vate.
 
Eguren fue en vida un poeta respetado, pero poco leído; la música de su poesía apenas se escuchaba en esos momentos de auge civilista. Parecía, ya en ese momento, un poeta del pasado que poco tenía que ver con el Perú de progreso y tecnología que daba la impresión de abrirse paso entonces. Algunos espíritus avisados, José Carlos Mariátegui en sus Siete ensayos (1928), o Jorge Basadre en su libro Equivocaciones (1928), supieron ver la entraña simbolista, el manejo maestro del verso que tenía Eguren. Su inspiración más profunda tiene una fuente personal. Los temas de que habla en su poesía provienen del mundo del ensueño, de la duermevela, del país maravilloso y a veces terrible del inconsciente, de las alucinaciones personales, de la fina garúa limeña. Y ese mundo aparentemente nada tenía que ver con lo que ocurría en el Perú que le tocó vivir y poco tiene que ver, también aparentemente, con el Perú de nuestros días.
 
Ya entonces Eguren parecía un hombre de otra época. Sin embargo, Eguren expresaba y expresa una difícil contemporaneidad, una secreta concordancia con una aspiración sempiterna de los hombres: dar libre curso a los sueños. En su época tuvo una asombrosa isocronía, que nadie ha subrayado hasta ahora, con el psicoanálisis y una coincidencia con una aspiración de la literatura de todos los tiempos: ampliar el campo de la realidad.
 
Freud fue un pionero de la modernidad. Pone entre paréntesis los conocimientos más sólidos y propicia aquello que se ha llamado un realismo sin fronteras. De parecida manera, en el campo literario Eguren nos dijo, nos está diciendo todavía, que la realidad no es, no puede ser solo aquella que describían los versos de Chocano; la realidad era —y es también— la sonámbula, la fantasmagórica, la evanescente del mundo de los sueños.
 
Eguren cultivó sus versos de manera esmerada, con un gran conocimiento de los recursos técnicos (distribución de acentos, aliteraciones, conteo de sílabas, rimas, versos blancos), con una maestría inigualable en el siglo XX. Naturalmente, no es este dominio formal el que convierte a Eguren en un gran poeta. Él lo es porque cumple una vieja ley de la poesía de todos los tiempos: su poesía, musical en el mejor sentido del término, tiene un tema central rítmico y numerosas variaciones que van acomodando su armonía a una polisemia de resonancias muy variadas. Es concentración. Dice más con menos palabras.
 
En el Perú de hogaño, como hemos venido diciendo, pareciera que no hay lugar para la poesía de Eguren. La lucha diaria es muy dura para la mayoría de los peruanos. Aparentemente hemos perdido el derecho de soñar, de perdernos en nuestra propia, enfebrecida imaginación. Por eso mismo, la poesía de Eguren aparece como un contraste necesario. Reivindica el derecho de soñar, la aspiración a que no pase nada, precisamente para que pase mucho, para que en lo que nos ocurra haya algo de elección personal.
 
Cuando Borges pensó en el Perú lo asoció a MachuPicchu, la vasta reliquia de piedra en la montaña; a un patioenrejado y de fuente; a una línea de José María Eguren. Ese país sutil, esa niebla que envuelve las palabras, ese encuentro con lo más hondo de nosotros mismos, es algo que necesitamos cada vez con más urgencia. Cuando lo tengamos, Eguren será reconocido como uno de los más ilustres peruanos.
 
Algunos poetas jóvenes se acercan a Eguren porque su poesía es un abismo, un camino a lo ignoto, una rememoración de lo ancestral intuido y el mundo de los sueños. Y los jóvenes comparten ese misterio con la admiración por Rimbaud, con los recitales ruidosos y los amores centelleantes. Eguren es silencio, es palabra que nos lleva a «la niña de la lámpara azul», a los «reyes rojos» que «batallan en lejanías de oro azulinas», es adormido cielo, luz cadmio; es, o parece ser, el pasado remoto.
 
Eguren marca, a principios del siglo XX, una manera de escribir asordinada que iba contra la corriente, contra todo lo que es estridencia, patetismo vacuo. Eguren fue el no Chocano, la no estridencia, la separación, la distancia. El Perú, que casi no tuvo poesía de calidad en el siglo XIX —salvo González Prada, verdadero fundador de la poesía contemporánea en nuestro país— tuvo en Eguren a un abanderado de los valores eternos de la lírica.
 
Puede conjeturarse que la rueda de la fortuna literaria, en el futuro, volverá sus ojos a Eguren por múltiples razones, porque una línea suya nos simboliza tan bien como un huaco Chimú o una tela Paracas. Eguren es el Perú sutil, neblinoso, la palabra dicha a media voz, el Dios familiar que prende en la noche una luciérnaga llamada esperanza. Clasificar literariamente a Eguren siempre ha sido difícil. Algunos como Per Gimferrer lo consideran modernista y es con ese calificativo que aparece en la mayor parte de las antologías. Luis Monguió lo incluyó entre los posmodernistas y se han perdido en el tiempo aquellas opiniones que lo calificaron de infantil. Nuestros modernistas clásicos tuvieron algo del empaque parnasiano, ese carácter enfático de los poemas de Chocano que está muy alejado de la sensibilidad de Eguren. De otro lado, Eguren no comparte con Valdelomar, otro escritor característico de la época, las referencias específicas a hechos callejeros o a lugares del Perú. Eguren es un simbolista y es hora de considerarlo de manera clara como tal, tal como lo hace James Higgins, aunque en ningún país de Hispanoamérica surgió ese movimiento. Lo que los poetas posteriores aprendieron de José María Eguren fue la dedicación al oficio. Solo en ese aspecto le corresponde el calificativo de «claro y sencillo» que le da Carlos Oquendo deAmat. Poetas de generaciones siguientes le rindieron homenaje con rotundidad: Westphalen, Abril, Sologuren, Eielson, Silva-Santisteban, Cisneros, Rojas Adrianzén. Otros hechos, en los que poco pensamos, contribuyen a subrayar la presencia de Eguren en la sociedad peruana, el lugar preferente en los planes y programas escolares y universitarios, y las ediciones cada vez más cuidadosas de sus poemas.
 
Eguren es un poeta simbolista, lo ha dicho Higgins, porque no describe directamente sus ideas y emociones mediante comparaciones explícitas, sino sugiriendo lo que son esas ideas y emociones, recreándolas en la mente del lector mediante símbolos inexplicados. Los modernistas de cepa original tenían, como lo dijo alguna vez Leonidas Yerovi, sus japonerías aprendidas a Rubén, y también algunos vanguardistas, Vicente Huidobro, por ejemplo, construían pagodas con palabras. Es duro decirlo, pero esa era la parte más superficial del modernismo, movimiento de tantas maneras admirable, ahora mismo. Eguren, en cambio, en su proceso de desrealización escoge caminos poco hollados: va al oriente, sí, pero también a países nórdicos o a un pasado medieval, como lo ha subrayado otra vez Higgins. Como en el caso de la mayor parte de los modernistas, Julián del Casal, por ejemplo, Eguren no conoció los países aludidos, pero la diferencia está en que los modernistas, si bien no habían ido al Japón o a China, salvo Enrique Gómez Carrillo, se referían directamente a esas realidades. Casal «quiere» hablar del monte Fuji y lo hace. En cambio, los símbolos de Eguren, extremadamente concisos, no dan pábulo a interpretaciones certeras o siquiera aproximadas. Sus poemas sí son una buena materia para las interpretaciones de textos, como lo ha sostenido Ricardo Silva-Santisteban, pero esas interpretaciones de sus textos, más que en el caso de casi todos los poetas peruanos, tal vez con la solitaria excepción de Vallejo, serán siempre provisionales.
 
Puede decirse que la poesía de Eguren intensifica una condición que siempre tiene el texto literario: ser un lugar de encuentro donde cada lector con su propio bagaje encuentra nuevas realidades. Poesía que aunque está fija en el texto está siempre haciéndose con la colaboración activa de cada lector, de manera similar al discurso de la libre asociación de ideas que popularizó Freud y que necesita para su cabal comprensión de la atención libre flotante del lector. Imaginamos a Eguren como un Peregrín de figuras que con ojos de diamante mira desde ciegas alturas, mientras a lo lejos, firmes combaten foscos los reyes rojos con sus lanzas de oro.
 
Comentaremos ahora, uno de los poemas de José María Eguren:
Las puertas
Se abrieron las puertas
con ceño de real dominio;
se abrieron las puertas
de aluminio.
Contaron las puertas
los tiempos de ardor medioevales;
contaron las puertas
con sonidos de tristes metales.
Crujieron las puertas,
en bélico tinte sonoro;
crujieron las puertas
a los infantes de yelmos de oro.
Rimaron las puertas
ornadas de sable y de gules;
rimaron las puertas
a las niñas de ojos azules.
Se cierran las puertas
con sonido triste obscuro;
se cierran las puertas
del Futuro. 
 
Este texto se publicó en 1916 en La canción de las figuras y, sin duda alguna, es un poema que expresa bien las características más importantes de la poesía de su autor. Eguren, en ningún caso, se refiere a la realidad más obvia, sino que crea una en la imaginación, a la que canta. Es sorprendente cómo estos versos fueron publicados mismo año en el que Vicente Huidobro exclamaba en su arte poética que los poetas no deberían cantar a la rosa, sino hacerla crecer en el poema.
 
Formalmente estos versos, corresponden al momento histórico en que fueron escritos, circunstancia en la que los más reputados vates se desprendían lentamente de la retórica modernista, pues sin abandonarla totalmente se iban permitiendo mayores o menores audacias. En ese sentido el caso del argentino Leopoldo Lugones es paradigmático, pero lo mismo ocurría con los más jóvenes como César Vallejo. Eguren no fue estrictamente un innovador en lo formal, pero sí lo fue en el sentido más profundo y verdadero. Produjo un vino nuevo en odres antiguos que sin embargo van tomando la apariencia de modernos. Las estrofas conformadas por cuatro versos tienen, en cada uno de ellos, números fluctuantes, de manera que lo que se diga sobre la cantidad de sílabas será siempre aleatorio. Para nuestro propósito baste indicar que puesto que el número de sílabas en cada verso es variable, el poema no tiene un sistema de acentuación rígido, sino bastante libre, pero, y esto es muy importante, se construye bajo el modelo clásico. Esto quiere decir que el lector al leerlo, siente la presencia de las sílabas bien contadas aunque el caso sea diferente y ello brille más por su ausencia que por su presencia. Hay un aura de versificación tradicional que adivinamos. En esta poesía la regularidad está formada por las estrofas, todas de cuatro versos, como queda dicho pero, además, y sobre todo, por la presencia de la rima que aparece a lo largo del poema. Se trata de una rima consonante: “dominio-aluminio”,” medioevales-metales”,” sonoro-oro”, “gules-azules”, “obscuro, futuro”. Combinando con estas rimas, en una proporción del 50%, hay otra rima obsesionante que marca el poema, se trata de la palabra “puertas” que rima con sí misma.
 
La primera estrofa nos introduce al ambiente de maravilla de la poesía de Eguren:
Se abrieron las puertas
con ceño de real dominio;
se abrieron las puertas
de aluminio.
 
Estas puertas, podemos percibirlo en los dos versos iniciales, tienen el peso de la historia, no son pequeñas, las adivinamos grandes y señoriales y la marca de esto antiguo y aristocrático está en el fraseo: “con ceño de real dominio”. Podemos pensar en la puerta de un castillo medieval o renacentista. Eso hasta aquí, pero los versos siguientes nos llevan sutilmente a variar esa percepción inicial cuando se nos dice que estas puertas son de aluminio. Este metal blanco y ligero es propio de las construcciones contemporáneas y no era usado en la antigüedad y en la época de la escritura de este poema, en 1916, tampoco era muy utilizado. Estas puertas, humanizadas por el ceño de real dominio, son de aluminio. En solo cuatro versos, Eguren ya nos trasladó a un mundo nunca visto, a ese país “otro”, poblado de silencios y de misterios. Una poesía como la suya, no nombra, sino que sugiere. 
 
Las puertas tienen un tiempo vivido, un largo tiempo y si bien, merced a ese “aluminio” no son medievales, conocen ese tiempo, lo incluyen en su larga vida, puesto que han visto ese pasado:
 
Contaron las puertas
los tiempos de ardor medioevales;
contaron las puertas
con sonidos de tristes metales.
 
Lo que viene de ese pasado son tiempos de “ardor”, pero ese “ardor” no es positivo, de ningún modo, es recordado con “sonidos” de tristes metales. Podemos inferir que se trata de algo bélico no deseado por el narrador del poema. La estrofa siguiente aclara y define lo acertado de nuestra intuición:
 
Crujieron las puertas,
en bélico tinte sonoro;
crujieron las puertas
a los infantes de yelmos de oro.
 
Si la primera estrofa nos condujo a un mundo “otro” diferente del medieval, la tercera nos introduce en ese mundo: se trata de conflictos en el pasado, las puertas “crujieron”, el verbo nos coloca en un pasado terminado, son expresión de un conflicto donde están presentes los “infantes de yelmos de oro”. 
 
Rimaron las puertas
ornadas de sable y de gules;
rimaron las puertas
a las niñas de ojos azules.

Esta estrofa es particularmente hermosa. En el pasado las puertas “riman”, coinciden con las niñas de ojos azules. Pero esas puertas, tienen el alma de la guerra (sables y gules). Gules, en heráldica se refiere al color rojo. En el texto, “sable” y “gules” se potencian recíprocamente. Sable es un color heráldico que equivale al negro y al mismo tiempo es un arma blanca semejante a la espada, pero de un solo filo. De manera que “sable” y “gules” entremezclan sus significados, negro y rojo, rojo y negro, arma evocando la sangre. Algo sanguinolento tiene que ver con esas puertas y en contraste, esas puertas riman también con las niñas de ojos azules. Es decir que esas puertas a lo largo del tiempo evocan tiempos de guerra y evocan también la hermosura femenina. Las niñas de ojos azules aparecen en la poesía de Eguren invariablemente para señalar de belleza, la hermosura de las muchachas en flor.
Se cierran las puertas
con sonido triste obscuro;
se cierran las puertas
del Futuro. 
 
La estrofa final es desoladora, las puertas, con su sonido triste, oscuro, se cierran al futuro. El poema, globalmente, empieza con ímpetu. Tal vez el poeta fue al comienzo arrastrado por la rima, por la necesidad de encontrar una palabra que coincidiera con “dominio” y encontró “aluminio”, pero eso importa poco; la encontró y la eligió. Podemos decir que ese “aluminio” introduce, con todos sus significados, una nota de modernidad en el texto. El conjunto, sin embargo, se mueve en la posibilidad finalmente negada, de que las puertas, que están impregnadas de historia, faciliten, permitan la entrada al futuro, posibilidad que se diluye en el último verso. Las “puertas”. En su sentido más obvio, y también en el más simbólico, señalan, estando abiertas, la posibilidad de pasar de un lugar a otro, de un tiempo a otro, de lo conocido a lo desconocido. Y la vida del ser humano está signada por la aventura, por el cambio. Sin embargo, las “puertas” estando cerradas, indican precisamente lo contrario que es lo que prevalece. Haciendo un símil, podemos decir que la poesía de Eguren, es como esas puertas de aluminio, algo abierto al futuro que viene del pasado, cargado de conflictos, pero también de belleza. Depende de nosotros, los lectores, el tránsito de ese pasado al futuro. Esas puertas quedan, pues, como un símbolo ambivalente y siendo el pequeño espacio entre el pasado medieval y el futuro desconocido, son valiosas en sí mismas, son la posibilidad de cambio que se cierra o se abre haciendo crujir sus goznes.
 
Marco Martos
 
Bibliografía
 
Eguren, José María. Obras completas. Edición, prólogo, notas y bibliografía de Ricardo Silva-Santisteban. Lima. Banco de Crédito del Perú, 1997.
______. Obra poética. Motivos. Prólogo, cronología y bibliografía de Ricardo Silva-Santisteban. Caracas. Biblioteca Ayacucho, 2005.
González Vigil, Ricardo, ed. Poesía peruana del siglo XX. Lima. Ediciones Copé, 1999.
Higgins, James. Historia de la literatura peruana. Lima. Universidad Ricardo Palma/Editorial Universitaria, 2006.
Kohut, Karl y José Morales Saravia, eds. Literatura peruana de hoy. Frankfurt: Publicaciones del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Eichstatt, 1998.
Monguió, Luis. La poesía postmodernista peruana. México: Fondo de Cultura Económica, 1954.
Paoli, Roberto. Estudios sobre la poesía peruana contemporánea. Stamperia. Editoriale Parenti. Firenze.1985.
Romualdo, Alejandro y Sebastián Salazar Bondy. Antología general de la poesía peruana. Lima: Librería Internacional del Perú, 1957.
Ratto, Luis Alberto y Javier Sologuren (Editores). Poesía. Biblioteca de Cultura Peruana. Lima: Ediciones del sol, 1963.
Vallejo, César. Poesía completa. Edición crítica y estudio introductorio de Raúl Hernández Novás. Ciudad de La Habana: Casa de las Américas, 1988.
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Marco Martos
La poesía de José María Eguren: tradición e innovación.
 
Resumen:
 
La poesía de José María Eguren ha sido considerada alternativamente como simbolista o como modernista terminal. Frente a la revolución que significa la poesía de César Vallejo, la de nuestro vate elegido es considerada una poesía tradicional. La ponencia procura mostrar cómo, conociendo bien la evolución literaria del género, Eguren se desliza hacia una modernidad absoluta que lo hace uno de los poetas más originales de la tradición en lengua española.

Palabras clave: poesía, Eguren, tradición, innovación.

José María Eguren (1874-1942) es una figura destacada en el panorama de la literatura del Perú contemporáneo. Es un poeta fundador, uno que habla desde la orilla del silencio, alejado de las modas y oriflamas del momento. Como suele suceder, en el momento que escribía había formas y temas instalados en el gusto del lector que venían del pasado inmediato. Todavía escribían algunos de los románticos supérstites, como el propio Ricardo Palma, que según propia afirmación tenía algunos suspirillos germánicos en su estro, y escribía, claro está, dentro de los moldes románticos: está también la figura antitética al propio tradicionista, Manuel González Prada, quien es, sin duda alguna, el primer poeta de nuestra modernidad. Pero el espacio literario: la calle, los teatros, los libros, los comentarios, el gusto, estaba colmado por la poesía de José Santos Chocano. Mientras González Prada escribía:

Un dolor jamás dormido,
una gloria nunca cierta,
una llaga siempre abierta
es amar sin ser querido.
Corazón que siempre fuiste
bendecido y adorado,
tú no sabes ¡ay! lo triste
de querer sin ser amado.
A la puerta del olvido
llama en vano el pecho herido:
muda y sorda está la puerta;
que una llaga siempre abierta
es amar sin ser querido.
(En Martín Horta 2015 Tomo I p 261.)
 
José Santos Chocano en Blasón, uno de sus poemas más conocidos, pergeñaba lo siguiente:
 
Soy el cantor de América autóctono y salvaje,
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
Mi verso no se ha colgado de un ramaje
con un vaivén pausado de hamaca tropical…
Cuando me siento Inca le rindo vasallaje
al Sol, que me da el cetro de su poder real;
cuando me siento hispano y evoco el Coloniaje,
parecen mis estrofas trompetas de cristal.
Mi fantasía viene de un abolengo moro;
Los Andes son de plata, pero el León es de oro;
y las dos castas fundo con épico fragor.
La sangre es española e incaico es el latido;
¡y de no ser Poeta quizás yo hubiese sido
un blanco Aventurero o un indio Emperador!
(En José Santos Chocano 1987 p. 138)
 
Cada uno de estos poemas tiene distintas excelencias. Venido del romanticismo, conocedor del parnasianismo, González Prada discurre en admirables octasílabos sobre las dificultades del amor y Chocano en sus alejandrinos sonoros, desde el centro mismo del modernismo, con sus particulares acentos del Perú, nos da su visión del país, detenido en el pasado, como lo ha visto José Carlos Mariátegui. Ambos expresan en sus textos diferentes realidades, González Prada, las líricas del corazón, y Chocano, la realidad ideológica que vivía, elogiosa del mundo que pasó. Eguren es algo diferente, y diverso también al otro poeta que aparecería en esos años: Vallejo. Si en Chocano y en González Prada podemos encontrar ecos parnasianos, Eguren, con toda razón, puede vincularse más bien con el simbolismo de Verlaine, y un poco menos con el que representa Mallarmé. Eguren lleva a la práctica, algo que escribió en esos años un poeta chileno que alcanzaría luego gran prestigio: Vicente Huidobro, quien en 1916 se expresó sobre la necesidad de los poetas de no cantar a la rosa, sino de hacerla florecer en un poema. Con este solo hecho, con esta razón de ser, Eguren se coloca en el centro de la modernidad y es por eso que lo consideramos ya un clásico. A partir de él, y no antes, la poesía del Perú cobra ese derecho fundamental de ser en sí misma un asunto de formas y no de contenidos, como lo sostenían de un modo teórico los llamados formalistas rusos. ¿De qué habla la poesía? Fundamentalmente de sí misma, diría años más tarde otro poeta, admirador por cierto de Eguren, Martín Adán; según él, la poesía está callada escuchando su propia voz. Eguren, en dos palabras, no se refiere a ninguna realidad existente antes de su escritura, sino que la va inventando mientras pergeña sus versos. Y eso se advierte en toda su vasta producción poética que tiene todavía otra virtud: no tiene caídas. Y su poesía se enmarca, dentro de lo que genéricamente se ha llamado “la herencia del simbolismo”, lo que la vincula con grandes líricos del siglo XX como Eliot, Rilke, Yeats, Pasternak.
En uno de sus poemas más célebres, publicado en 1916, La niña de la lámpara azul, Eguren escribe:

En el pasadizo nebuloso,
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.
Ágil y risueña se insinúa
Y su llama seductora brilla,
Tiembla en su cabello la garúa
De la playa de la maravilla.
Con voz infantil y melodiosa
En fresco aroma de abedul,
Habla de una vida milagrosa
La niña de la lámpara azul.
Con cálidos ojos de dulzura
Y besos de amor matutino,
Me ofrece la bella creatura
Su mágico y celeste camino.
De encantación en un derroche,
Hiende leda, vaporoso tul;
Y me guía a través de la noche
La niña de la lámpara azul.
(En José María Eguren, 2014, p 91)
 
El poema nos atrapa por su encanto. Está escrito en cuartetos de rima abrazada, con un número de sílabas inusual en la tradición castellana: un decasílabo, generalmente considerado propio de los himnos, sin embargo Eguren lo utiliza para este poema de tono lírico. Se trata de una sutil innovación. En el texto hay una palabra de poco uso: “leda” que significa “alegre” y una referencia a Estambul que, sin duda, es una marca de la escritura modernista subyacente en el estro de Eguren. Pero no hay mayores referencias que nos permitan situar el poema dentro de una realidad geográfica determinada. Hay quienes han pretendido ver en el texto una referencia a Lima, a su garúa. Bien puede ser o no ser. Este poema de Eguren es magnífico también porque permite señalar que poco importa el origen mismo de un poema, las razones por las que el poeta lo escribió, las referencias escondidas a una realidad, lo que interesa es la palpable inmediatez de las palabras, lo que ellas dicen y sugieren al lector que acude a ellas con sus propias vivencias. Es en ese encuentro que surge, que aparece, el sentido. No hay un sentido previo guardado en la cabeza del poeta, en una secreta gaveta de su pensamiento. El sentido o los sentidos, está o están en las palabras, en sus recónditos significados, que van al encuentro de lo que sienten y piensan los lectores. En esa condición podemos opinar de las secretas fibras interiores que moviliza el texto de Eguren. En el poema está presente el principio femenino, en la delicada figura de la niña de la lámpara azul que guía a través de la noche al autor del poema. Y esa es la clave, a nuestro juicio de todo el texto, lo indispensable de lo femenino en los sueños de los hombres. Una digresión nos puede ser útil, para comprender bien el sentido de la frase. En la mayor parte de las religiones, el principio femenino forma parta de la deidad o de las deidades, como ocurre en los sistemas religiosos de la antigua Grecia y de Roma. En la religión cristiana que surge en un país en permanente conflicto, tal vez por esa razón tiene un Dios todopoderoso, enérgico, que actúa con las tablas de la ley lo femenino estuvo ausente, hasta que en 1950 el papa Pío XII dio categoría casi divina a la Virgen María a la que imaginó ascendiendo en cuerpo y alma a los cielos. Es Carl Jung quien ha subrayado lo importante de esta modificación. En el plano ideal, la mujer, la madre en primer lugar, es una especie de auxiliar mágico en la vida de los hombres y así está niña de la lámpara azul cumple ese hermoso papel. Una prueba indirecta del valor de esta afirmación es que este poema gusta a muchas personas que no tienen mayor información literaria, que no conocen a Eguren, pero se sienten tocadas porque se trata de una experiencia universal. De modo que la literatura, la poesía que preferentemente forma, logra en su magia de palabras, adentrarse en algo universal: lo femenino que guía el camino de los hombres.
 
Veamos otro poema célebre de Eguren
 
Los reyes rojos
Desde la aurora
combaten dos reyes rojos
con lanza de oro.
Por verde bosque
y en los purpurinos cerros
vibra su ceño.
Falcones reyes
batallan en lejanías
de oro azulinas.
Por la luz cadmio,
airadas se ven pequeñas
sus formas negras.
Viene la noche
y firmes combaten foscos
los reyes rojos.
(José María Eguren 2014 p 64)
 
Desde el punto de vista formal el poema está conformado por cinco tercetos que tienen versos impares pentasílabos y versos pares octasílabos, sin rima. El texto usa algún neologismo como “purpurinos” y un arcaísmo como “foscos”. Usa otra palabra no frecuente, “cadmio”. Como en el poema anterior, cualquier interpretación resulta empobrecedora porque el texto se sostiene solo gracias a sus poderosas imágenes, de dos combatientes incansables que prosiguen su batallar aunque llegue la noche. Estuardo Núñez, quien conoció a Eguren y ha sido uno de sus exégetas, solía decir en su casa de la calle Las Mimosas 155, en Barranco, que Eguren tenía en su casa de ese balneario, una imagen en madera, que colgaba en una habitación en la que efectivamente dos combatientes airados enarbolaban sus lanzas. Ahí estaban de la mañana a la noche, y es posible, añadía, que fueran la razón de ser del poema. No hay porque dudar de la versión, pero tomada literalmente, empobrece el poema. Si el poema fuese un calco de la realidad, entonces estaría compitiendo por ejemplo con la fotografía o con el propio cuadro colgado en la sala. Y no se trata de eso. Las palabras dicen algo diferente de la propia imagen que podrían evocar. El cuadro colgado que forma parte de un decorado, tal vez convoque la mirada distraída de un visitante. Sobre el poema volvemos una vez y otra a entender a los combatientes, a esos reyes rojos, símbolo de todos los que luchan por una causa, de manera indesmayable, todo los días, todas las noches. Esos reyes rojos, cuyas banderías antagónicas no se explican en el texto, han creado una realidad propia, que compartida puede ser entendida por todos los seres humanos. Mientras un niño puede apreciar el sentido de aventura en el permanente combate, un hombre en días de su senectud, tal vez disfrute el poema como una metáfora de toda la vida como un permanente desafío.
 
Veamos otro de los poemas más conocidos de Eguren:
 
El duque
Hoy se casa el duque Nuez;
viene el chantre, viene el juez
y con pendones escarlata
florida cabalgata;
a la una, a las dos, a las diez:
que se casa el duque Primor
con la hija de Clavo de Olor.
Allí están, con pieles de bisonte
los caballos de Lobo del Monte,
y con ceño triunfante,
Galo cetrino, Rodolfo montante.
Y en la capilla está la bella,
mas no ha venido el duque tras ella;
los magnates postradores,
aduladores
al suelo el penacho inclinan;
los corvados, los bisiestos
dan sus gestos, sus gestos, sus gestos;
y la turba melenuda
estornuda, estornuda, estornuda.
Y a los pórticos y a los espacios
mira la novia con ardor; …
con sus dos ojos topacios
de brillor.
Y hacen fieros ademanes,
nobles rojos como alacranes;
concentrando sus resuellos
grita el más hercúleo de ellos:
¿Quién al gran Duque entretiene?...;
¡ya el gran cortejo se irrita!
pero el duque no viene;…
se lo ha comido Paquita. 
 
Sin duda alguna, este es uno de los poemas más logrados de Eguren. Escrito de manera muy libre, con versos de sílabas variadas, guarda cierta relación con la poesía tradicional por sus ocasionales rimas, pero está escrito con una actitud muy moderna. Prevalece en sus líneas un humor sorprendente, parece a ratos un juego de niños y en otros una reflexión madura sobre las tensiones que acompañan a uno de los ritos más importantes en la vida de los seres humanos: el matrimonio. Pero lo más valioso del texto es el final. El duque no viene… se lo ha comido Paquita son los versos más audaces de la poesía peruana hasta ese momento. Vendrá luego Vallejo y será más atrevido. Estos versos tienen doble valor, son sorprendentes en sí mismos, rompen con ese clima de fiesta bufa instaurado en el poema con una alusión directa a un hecho trágico, lo inconmensurable de la muerte, su visita súbita que daña todo festejo, y de otro lado nos lleva al mundo de lo insólito, de lo inesperado, de lo atrevido. La poesía a lo largo de los siglos tiene su razón de ser en los ritmos acentuales, las rimas, las estrofas, tradicionalmente es el reino de lo previsible, esa es su música. Va creando una cierta expectativa en el lector que verso a verso se cumple. Pero la poesía tiene recurso: romper esa expectativa, romper el ritmo, instaurar el desorden, cosa que muy pocos poetas saben hacer. Y Eguren, que alcanzó a conocer la poesía de vanguardia, como bien se sabe, no solo por razones temporales, sino también por su espíritu curioso que sentía atracción por lo desconocido. El duque no viene… se lo ha comido Paquita es un claro antecedente de algunas de las frases más celebradas de Vallejo por su audacia expresiva, como aquella en la que dice “¿Cóndores? Me friegan los cóndores. “ En uno y en otro caso se trata de la irrupción de un nivel de la lengua, el cotidiano, en otro nivel, el lírico depurado, estimado por una tradición de siglos. Solo por este poema podemos aseverar que la poesía de Vallejo, tan representativa y profunda, puede también explicarse como un desarrollo de una audacia de José María Eguren. Paquita es la irrupción de la desdicha en un contexto feliz. Es el rumor de la vida que hace aparecer el dolor en el momento más inopinado.

En líneas generales la poesía de Eguren expresa de un modo sesgado emociones, escogiendo símbolos y personajes que permanecen enigmáticos para los lectores. Es una lírica, que como la pintura impresionista, sugiere más que define, poesía del matiz más que de la rotundidad, de la neblina más que de la claridad, susurrada, bisbiseada, apenas dicha y por lo tanto poesía de la orilla del silencio, del misterio. Los textos funcionan como pequeños relatos, presentaciones de personajes que a ratos parecen salidos del teatro japonés o del de las marionetas. El autor no interviene en lo que hacen los personajes, los describe con apagada voz. La sugestión es el campo de Eguren, su razón de ser, su mayor originalidad. Haríamos mal sin embargo si considerásemos a Eguren como un poeta fuera del tiempo, portador de las eternas galas de la poesía en un mundo hostil. Hay numerosas evidencias en su propia biografía de un hombre que enfrenta con valentía y estoicismo las dificultades diarias de la vida y que se mostraba permeable o los sucesos del mundo. Así ocurre en su poema de 1929 Canción cubista
Alameda de rectángulos azules.
 
La torre alegre
del dandy.
Vuelan
mariposas fotos.
En el rascacielo
un gallo negro de papel
saluda la noche.
Más allá de Hollywood,
en tiniebla distante
la ciudad luminosa
de los obeliscos
de nácar.
En la niebla
la garzona
estrangula un fantasma.
 
Una vez más, Eguren construye un mundo de fantasía, solo que esta vez, hay un elemento muy conocido y que es la Meca del celuloide, Hollywood. Sin duda el cine era una actividad que lo atraía mucho. En el otro poema El duque Nuez algunos críticos han creído ver en Rodolfo Montante al actor de cine de aquellos años Rodolfo Mondolfo. Como hemos visto, según nuestro parecer, el origen mismo del poema, su vínculo con la realidad no es algo determinante en las realizaciones líricas de nuestro poeta, sino el nivel de sugerencia. En este texto Hollywood es una realidad indiscutible, conocida por todos sus lectores. Con su propia técnica Eguren disminuye la presencia de la ciudad del cine imaginando una vez más en la lejanía una ciudad diferente donde una garzona, neologismo del francés, estrangula un fantasma. De manera sorprendente este poema se vincula con el mostrado antes del Duque Nuez. En ambos casos hay una irrupción de lo femenino como portador de la muerte. En el poema del duque, hay una descripción detenida del personaje que no podrá acudir a su boda por la acción de Paquita que se lo come. En el segundo caso, la garzona estrangula a un fantasma. La muerte, una vez más, como en toda la tradición occidental, tiene rostro de mujer. Freud imaginaba que los varones tenemos tres figuras femeninas primordiales en toda nuestra vida, la madre, la esposa o compañera y la muerte. Y también, en otras páginas, hablando de la sexualidad, dice que el niño, en lo que llama “la escena primigenia” tiene una percepción del lado agresivo de la relación íntima entre hombre y mujer, por alguna observación casual de lo que ocurre entre sus padres en la aparente soledad de las alcobas. Eso queda grabado en la mente del infante y en el caso de los artistas, suele aparecer de una u otra manera en sus composiciones. Por supuesto desconocemos qué ocurrió con Eguren en su infancia, respecto a la intimidad de sus padres, pero sí sabemos lo que dicen estos dos poemas. En uno, el novio no acude al matrimonio porque ha sido comido, tragado por Paquita. No sabemos más de esa Paquita, en el otro una garzona, cuyo nombre no se dice, estrangula un fantasma. Las relaciones entre hombre y mujer terminan en desdicha parecen decirnos estos dos textos. Eguren en sus poemas y en su vida, idealizó a la mujer, como ocurre en el poema La niña de la lámpara azul que hemos analizado en esta ponencia y como puede verse en su correspondencia guardada celosamente en el Instituto Riva Agüero de Lima, pero se detuvo en el umbral de la admiración, que si bien le permitió escribir una poesía descollante, le dificultó formar una propia familia como, según consta hubiera deseado. Sea como fuere, poco a poco Eguren va consiguiendo lectores, cada vez más entusiastas, cien años después de su aparición como vate.
 
Bibliografía
 
José María Eguren. Poesías completas. Prólogo y notas de Marco Martos. Glosario de Martha Muñoz. Lima. Peisa. 2014.
Martín Horta. (Compilador) Poesía peruana. Antología 1554-2014. Ica. Biblioteca Abraham Valdelomar. 2017.
José Santos Chocano. Obras escogidas. Lima. Oxy. 1987.
James Higgins. Historia de la literatura peruana. Lima. Universidad Ricardo Palma. 2006.
Karl Kohut y José Morales Saravia. Editores. Literatura peruana hoy. Frankfurt. Publicaciones del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Eichstatt,1998.

 

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