miércoles, noviembre 21, 2018

POEMAS DE Sylvia Plath

 

El mar de Sylvia Plath
 
Frías, llenas de sal,
ondulantes colinas del Atlántico.
Mira: suspira el viento,
y al fondo muge el mar.
Repiqueteo, lluvia en el cristal.
Animal luminoso,
arañas sobre párpados cerrados,
los brillantes espejos,
la espuma casi en cielos,
latido maternal del agua azul.
Mar disuelto en la nada
abraza temeroso al bulto mundo,
entramado de playa
en lentes de los ojos,
agujero humeante en vasto sueño.
Las montañas de piedras
moradas entrechocan, crujen ruedas.
En hora de la siesta,
más despierta que nunca,
lúgubre, conversa con la esperanza.
Párpados de los vientos,
las luces moribundas tiemblan, brillan.
Pasan grandes ballenas
con los ojos abiertos.
Herida o muerta vive Sylvia Plath.
 
 
 

Infancia de Sylvia Plath

 
El aliento del mar.
Sus luces. Patalea en corralito
de mimbre donde llueve
la sal azul del agua,
los fulgores del mar, estruendo mudo.
No sabe de naufragios,
ni de gritos ahogados en la noche,
ni de extrañas sirenas,
ni de barcos fantasmas
navegando en el fondo de la niebla.
Conoce blando légamo
donde caen las tazas de té chino
rotas en las cubiertas.
Recoge lo perdido,
atesora la astilla de lo hermoso.
Los gritos de gaviotas
en el malsano día de amarillo,
la maldad en los ojos,
mar de metal fundido,
infancia sepultada, maremoto.
La piedad es la piedra.
Erizo con sus púas para dentro,
la diferente estrella
de mares más oscuros,
camina en las cornisas de la nada.
 
 

Tulipanes

Invierno, tulipanes.
Todo blanco, tranquilo, muy nevado.
Yace sobre pared
luz blanca de la mañana,
la claridad abriéndose en los ojos.
La dama despidiéndose
sin nombre, sin las ropas de lo bueno,
trabajo de enfermeras,
agujas, anestesias,
miradas distraídas, cirujanos,
estúpida pupila
debe absorberlo todo. Las blanquísimas
cofias van, día, noche.
Imposible contarlas,
mucha tarea, peso de lo inútil.
Separada del mundo
por los vidrios más sólidos,
mira fotografías
del marido, la hija,
pegadas a la pared, garfios sonrientes.
Sylvia Plath, monja pura,
zambúllese en sosiego, se deslumbra,
deja los tulipanes
rojos que la lastiman,
escoge el velo blanco de la muerte.

 


El aspirante

 Primero, ¿Eres de los nuestros?
¿Llevas puesto
un ojo de cristal, dentadura postiza o una muleta,
una férula o un garfio,
pechos de silicona o una entrepierna de goma,
suturas que nos muestren que has perdido algo?
¿No? ¿No? Entonces
¿cómo podemos darte nada?
Deja de llorar.
Abre la mano.
¿Vacía? Vacía. Aquí tienes una mano
para llenarla, deseosa
de servir tazas de té y quitar dolores de cabeza
hace lo que le digas.
¿Te casarías con ella?
Tiene garantía,
te cerrará los ojos al final
y se deshará en llanto.
Con la sal producimos nuevo stock.
Veo que estás completamente desnudo.
¿Qué tal este traje?—
Negro y serio, pero sin un mal ajuste.
¿Te casarías con él?
Es sumergible, antichoque, a prueba
de fuego y las bombas que atraviesan el tejado.
Créeme, te enterrarán con él.
Ahora tu cabeza, disculpa, está vacía.
Tengo una fórmula para eso.
Ven aquí, tesoro, sal del armario.
Bueno, ¿qué te parece?
Desnuda como el papel para comenzar
pero en veinticinco años será plata,
en cincuenta, oro.
Una muñeca viviente, la mires por donde la mires.
Puede coser, puede cocinar
puede hablar, hablar y hablar.
Funciona, no tiene ni un defecto.
Ahí tienes un agujero, es una cataplasma.
Ahí una mirada, es un reflejo.
Chaval, es tu última opción.
¿Te casarías, te casarías, te casarías con ella?

 

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