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Fotografía de Luis Favre |
A paz que nos invade
Jardín antiguo ( Ocnos XIII ) Luis Cernuda
Se atravesaba primero un largo corredor oscuro. Al fondo, a través de un arco aparecía la luz del jardín, una luz cuyo dorado resplandor teñían de verde las hojas y el agua de un estanque. Y ésta, al salir afuera, encerrada allá tras la baranda de hierro, brillaba como líquida esmeralda, densa, serena y misteriosa.
Luego estaba la escalera, junto a cuyos peldaños había dos altos magnolios, escondiendo entre sus ramas alguna estatua vieja a quien servía de pedestal una columna. Al pie de la escalera comenzaban las terrazas del jardín.
Siguiendo los senderos de ladrillos rosáceos, a través de una cancela y unos escalones, se sucedían los patinillos solitarios, con mirtos y adelfas en torno de una fuente musgosa, y junto a la fuente el tronco de un ciprés cuya copa se hundía en el aire luminoso.
En el silencio circundante, toda aquella hermosura se animaba con un latido recóndito, como si el corazón de las gentes desaparecidas que un día gozaron del jardín palpitara al acecho tras de las espesas ramas.
El rumor inquieto del agua fingía como unos pasos que se alejaran.
Era el cielo de un azul límpido y puro, glorioso de luz y de calor. Entre las copas de las palmeras, más allá de las azoteas y galerías blancas que coronaban el jardín, una torre gris y ocre se erguía esbelta como el cáliz de una flor.
*
Hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Allí en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos.
Más tarde habías de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, para soñar otra vez la juventud pasada.
Fonte No recanto segreto
*****
A PAZ INQUIETA
Dá-nos, Senhor, aquela PAZ inquieta
Que denuncia a PAZ dos cemitérios
E a PAZ dos lucros fartos.
Dá-nos a PAZ que luta pela PAZ!
A PAZ que nos sacode
Com a urgência do Reino.
A PAZ que nos invade,
Com o vento do Espírito,
A rotina e o medo,
O sossego das praias
E a oração de refúgio.
A PAZ das armas rotas
Na derrota das armas.
A PAZ do pão da fome de justiça,
A PAZ da liberdade conquistada,
A PAZ que se faz “nossa”
Sem cercas nem fronteiras,
Que é tanto “Shalom” como “Salam”,
Perdão, retorno, abraço…
Dá-nos a tua PAZ,
Essa PAZ marginal que soletra em Belém
E agoniza na Cruz
E triunfa na Páscoa.
Dá-nos, Senhor, aquela PAZ inquieta,
Que não nos deixa em PAZ!
Pedro Casaldáliga (1928–2020), missionário catalão, bispo em S. Félix do Araguaia, Brasil, e um dos expoentes da Teologia da Libertação.
Este poema-oração foi escrito por um bispo que usava chapéu de palha em vez de mitra, um cajado indígena em vez de báculo e um anel de tucum (semente de uma palmeira da Amazónia) em vez de anel de ouro.
Foi perseguido pela ditadura militar brasileira, foi ameaçado de morte várias vezes, mas manteve-se do lado dos pobres até ao fim.
Fonte Fernando Ribeiro
EMILIO GARCÍA MONTIEL
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Los cementerios
No ha cesado la lluvia; desde la oscura veranda del santuario los jardines
parecen disolverse; y hacia la tarde, poco queda ya por descubrir de su
cuidada indiferencia.
La discreta torcedura de las ramas, las sogas invisibles que comban los
arbustos, los pasos desgranados en guijarros, se distinguen con la misma claridad de su ficción.
Lejos de los portones, las luces tempranas de las casas del fondo demoran la silueta de las tumbas, de las tablillas escritas que dan a sus ventanas.
No es demasiado el peso de la lluvia; sobre las tejas pavonadas o cenizas corren hilos de agua que tardan en caer sobre otras tejas rotas, amontonadas en el suelo.
Un tiempo acaso, que diríase inmóvil, aísla cada hoja, cada poro de tierra,
cada gota deslizada en las rendijas y los hace brillar por un instante, como si nada más hubiera.
Un mismo tiempo en el que todo parece recortado de algún paisaje enorme, de alguna cordillera filtrada por la niebla, sin envés y sin sombra un paisaje distante donde apenas se vislumbra construcción o aliento, o un sólo trazo desvaído y breve iluminando el techo de una casa en las faldas.
Detrás de la veranda alguien habrá de estar, o nadie; de las puertas cerradas, del opaco esmeril de los cristales, sólo se advierte el reflejo de la lluvia.
En las urnas, al pie de los sepulcros, se compacta la arena ennegrecida por los restos de incienso, y algo de pétalos y barro da en flotar en la boca de los tiestos vacíos.
No hay estatuas, ni bustos, ni mármoles crispados, sólo volúmenes geométricos pulidos en piedra, casi mudos, casi repetidos, inútiles para la pasión o el sufrimiento.
Dispersas, se humedecen también imágenes de dioses, en roca y musgo o bronce bien gastado, y en los rincones, llaves de agua, baldes, mangueras, cazos para limpiar las tumbas.
Emilio García Montiel. La Habana, 1962. Este poema es parte de la compilación de la poesía de Emilio García Montiel publicada bajo el título de Presentación del olvido (Linkgua, USA, 2010).
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De mis manos brotarán
amapolas rojas como la sangre.
Así, quizás mi poesía sea eterna.
MI POESÍA SOY YO
FANNY JEM WONG M
LIMA - PERÚ