Zhuangzi

La felicidad verdadera solo se encuentra en la mente sin restricciones. Zhuangzi

martes, enero 12, 2021

Cesare Pavese - Lavorare stanca

 

Cesare Pavese


VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino. 

 

 

Cesare Pavese - Lavorare stanca

 
Traversare una strada per scappare di casa
lo fa solo un ragazzo, ma quest’uomo che gira
tutto il giorno le strade, non è più un ragazzo
e non scappa di casa.

Ci sono d’estate
pomeriggi che fino le piazze son vuote, distese
sotto il sole che sta per calare, e quest’uomo, che giunge
per un viale d’inutili piante, si ferma.
Val la pena esser solo, per essere sempre più solo?
Solamente girarle, le piazze e le strade
sono vuote. Bisogna fermare una donna
e parlarle e deciderla a vivere insieme.
Altrimenti, uno parla da solo. È per questo che a volte
c’è lo sbronzo notturno che attacca discorsi
e racconta i progetti di tutta la vita.

Non è certo attendendo nella piazza deserta
che s’incontra qualcuno, ma chi gira le strade
si sofferma ogni tanto. Se fossero in due,
anche andando per strada, la casa sarebbe
dove c’è quella donna e varrebbe la pena.
Nella notte la piazza ritorna deserta
e quest’uomo, che passa, non vede le case
tra le inutili luci, non leva più gli occhi:
sente solo il selciato, che han fatto altri uomini
dalle mani indurite, come sono le sue.
Non è giusto restare sulla piazza deserta.
Ci sarà certamente quella donna per strada
che, pregata, vorrebbe dar mano alla casa.



Trabajar cansa, Cesare Pavese

Atravesar una calle para escapar de casa
sólo lo hace un muchacho, pero este hombre que vaga
todo el día por las calles ya no es un muchacho
y no escapa de casa.

Hay tardes de verano en que hasta las plazas están vacías, se extienden
bajo un sol casi poniente, y este hombre, que viene
por callejuelas de inútiles plantas, se para.

¿Vale la pena estar solo, para estar siempre más solo?
Con sólo dar la vuelta, las calles y la plaza
quedan vacías. Desearía detener a una mujer,
hablarle y proponerle que vivan juntos.

De otra forma, uno habla solo. Por eso en ocasiones
los borrachos se atacan con discursos nocturnos
que relatan los proyectos de toda una vida.

No es seguro que al ir a una plaza desierta
te encuentres con alguien, pero los que vagan por las calles
se quedan de vez en cuando. Si anduviera con alguien
mientras cruza estas calles, la casa sería
donde ella estuviera, y entonces valdría la pena.

Por la noche la plaza vuelve a quedar vacía
y este hombre, que pasa, no mira las casas
tras las inútiles luces, no levanta más los ojos:
sólo siente el asfalto que han hecho otros hombres
con manos endurecidas, tal como las suyas.

No es bueno quedarse en la plaza desierta.
Con seguridad habrá una mujer en la calle
qué, si él se lo pide, querrá llevarlo de la mano a casa. 
 
 

THE CATS WILL KNOW

Aún caerá la lluvia
sobre tus dulces empedrados,
una lluvia ligera
como un aliento o un paso.
Aún la brisa y el alba
florecerán ligeras
como bajo tu paso,
cuando tú vuelvas.
Entre alféizares y flores
los gatos lo sabrán.
Llegarán otros días,
llegarán otras voces.
Sonreirás a solas.
Los gatos lo sabrán.
Oirás palabras antiguas,
palabras huecas, cansadas,
como trajes arrumbados
de las fiestas de ayer.
También gesticularás,
responderás palabras
—rostro de primavera,
también gesticularás.
Los gatos lo sabrán,
rostro de primavera.
Y la lluvia ligera,
el alba color de jacinto
que rasgan el corazón
de quien más ya no espera,
son la sonrisa triste
con que sonríes a solas.
Llegarán otros días,
otras voces y despertares.
Sufriremos en el alba,
rostro de primavera.

 

 

 

Sueño

¿Aún ríe tu cuerpo con la intensa caricia
de la mano o del aire y en ocasiones reencuentra
en el aire otros cuerpos? Muchos de ellos retornan
con un temblor de la sangre, con una nada. También
el cuerpo
que se tendió a tu flanco te busca en esta nada.

Era un juego liviano pensar que un día
la caricia del alba emergería de nuevo
cual inesperado recuerdo en la nada. Tu cuerpo
despertaría una mañana, enamorado
de su propia tibieza, bajo el alba desierta.
Un intenso recuerdo te atravesaría
y una intensa sonrisa. ¿No regresa aquel alba?

Aquella fresca caricia se habría apretado a tu cuerpo
en el aire, en la íntima sangre,
y habrías sabido que el tibio instante
respondía en el alba a un temblor distinto,
un temblor de la nada. Lo habrías sabido
igual que, un día lejano, supiste que un cuerpo
se tendía a tu lado.
Dormías con ligereza
bajo un aire risueño de efímeros cuerpos,
enamorada de una nada. Y la intensa sonrisa
te atravesó abriéndote los ojos asombrados.
¿Nunca más regresó, de la nada, aquel alba?

 

 

COSTUMBRES

Sobre el asfalto de la avenida la luna forma un
lago
silencioso y el amigo recuerda otros tiempos.
Entonces le bastaba un encuentro imprevisto
para ya no estar solo. Mirando la luna
respiraba la noche. Pero más fresco era el olor
de la mujer encontrada, de la breve aventura
bajo escaleras inciertas. El cuarto tranquilo
y el pronto deseo de vivir siempre allí
colmaban su corazón. Luego, bajo la luna,
volvía contento, con grandes pasos
atolondrados.
Entonces era un gran compañero de sí mismo.
Despertaba temprano y saltaba del lecho
reencontrando su cuerpo y sus viejos
pensamientos.
Le gustaba salir a mojarse en la lluvia
o andar bajo el sol; gozaba mirando las calles,
conversando con gente fortuita. Creía
poder comenzar en cualquier oficio
cada nuevo día, cada nueva mañana.
Después de tantas fatigas se sentaba a fumar.
Su más grande placer era quedarse a solas.
Envejeció el amigo y quisiera una casa
que le fuera más grata; salir por la noche
y quedarse en la avenida mirando la luna,
pero hallando al volver una mujer sumisa,
una mujer tranquila, paciente en su espera.
Envejeció el amigo y ya no se basta a sí mismo.
Los transeúntes son siempre los mismos; la
lluvia
y el sol son siempre los mismos; la mañana un
desierto.
Trabajar no vale la pena. Y salir a la luna,
si nadie lo aguarda, tampoco vale la pena.

 

 

Mañana

La ventana entornada recuadra un rostro
sobre el campo del mar. Los lindos cabellos
acompañan el tierno ritmo del mar.

No hay recuerdos en este rostro.
Sólo una sombra huidiza, como de nubes.
La sombra es húmeda y dulce como la arena
de una intacta caverna, bajo el crepúsculo.
No hay recuerdos. Sólo un susurro
que es la voz del mar convertida en recuerdo.

En el crepúsculo, el agua mullida del alba,
que se impregna de luz, alumbra el rostro.
Cada día es un milagro intemporal,
bajo el sol: lo impregnan una luz salobre
y un sabor a vívido marisco.

No existe recuerdo en este rostro.
No hay palabra que lo contenga
o vincule con cosas pasadas. Ayer,
se desvaneció de la angosta ventana,
tal como se desvanecerá dentro de poco, sin tristeza
ni humanas palabras, sobre el campo del mar.

 

 

Last blues, to be read some day

Era un sólo galanteo,
seguramente lo sabías-
alguien fue herido
hace mucho tiempo.

Todo está igual,
el tiempo ha pasado-
un día llegaste,
un día morirás.

Alguien murió
hace mucho tiempo-
alguien que intentó,
pero no supo.

 

 

Celos

1
Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasos
lentamente, contemplando fijamente al rival con adversa mirada.
Después se espera el borboteo del vino. Se mira al vacío,
Bromeando. Si tiemblan todavía los músculos,
también le tiemblan al rival. Hay que esforzarse
para no beber de un trago y embriagarse de golpe.

Allende el bosque, se oye el bailable y se ven faroles
bamboleantes -sólo han quedado mujeres
en el entarimado. El bofetón asestado a la rubia
congregó a todo el mundo para regodearse con el lance.
Los rivales notaban en la boca un gusto de rabia
y de sangre; ahora notan el gusto del vino.
Para liarse a golpes, es preciso estar solos,
como para hacer el amor, pero siempre está la noche.

En el entarimado, los faroles de papel y las mujeres
no están quietos con el aire fresco. La rubia, nerviosa,
se sienta e intenta reír, pero se imagina un prado
en que los dos contienden y se desangran.
Les ha oído vocear más allá de la vegetación.
Melancólica, sobre el entarimado, una pareja de mujeres
pasea en círculo; alguna que otra rodea a la rubia
y se informan acerca de si en verdad le duele la cara.

Para liarse a golpes es preciso estar solos.
Entre los compañeros siempre hay alguno que charla
y es objeto de bromas. La porfía del vino
ni siquiera es un desahogo: uno nota la rabia
borboteando en el eructo y quemando el gaznate.
El rival, más sosegado, ase el vaso
y lo apura sin interrupción. Ha trasegado un litro
y acomete el segundo. El calor de la sangre,
al igual que una estufa, seca pronto los vasos.
Los compañeros en derredor tienen rostros lívidos
y oscilantes, las voces apenas se oyen.
Se busca el vaso y no está. Por esta noche
-incluso venciendo- la rubia regresa sola a casa.

 

2
El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
tiene una mujer que es suya -que hasta ayer fue suya.
Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra,
y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra,
esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados.

Se ha sentado el viejo esta noche al borde
de su campo desnudo, pero no escruta la mancha
del seto lejano, no extiende su mano
para arrancar la hierba. Contempla entre los surcos
un pensamiento candente. La tierra revela
si alguien ha colocado sus manos sobre ella y la ha violado:
lo revela incluso en la oscuridad. Más no hay mujer viviente
que conserve el vestigio del abrazo del hombre.

El viejo ha advertido que la mujer sonríe
únicamente con los ojos cerrados, esperando supina,
y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo
pasa, en sueños, el abrazo de otro recuerdo.
El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
Se ha arrodillado, estrechando la tierra
como si fuese una mujer que supiera hablar.
Pero la mujer, tendida en la sombra, no habla.

Allí donde está tendida, con los ojos cerrados, la mujer no habla
ni sonríe, esta noche, desde la boca torcida
al hombro lívido. Revela en su cuerpo,
finalmente, el abrazo de un hombre: el único
que podría dejarle huella y que le ha borrado la sonrisa.

 

Creación

Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba.
Mi compañera continúa durmiendo y lo ignora.
Mis compañeros duermen todos. La clara jornada
se me revela más limpia que los rostros aletargados.

A distancia, pasa un viejo, camino del trabajo
o a gozar la mañana. No somos distintos,
idéntica claridad respiramos los dos
y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
También el cuerpo del viejo debería ser sano
y vibrante -ante la mañana, debería estar desnudo.

Esta mañana la vida se desliza por el agua
y el sol: alrededor está el fulgor del agua
siempre joven; los cuerpos de todos quedarán al
descubierto.
Estarán el sol radiante y la rudeza del mar abierto
y la tosca fatiga que debilita bajo el sol,
y la inmovilidad. Estará la compañera
-un secreto de cuerpos. Cada cual hará sentir su
voz.
No hay voz que quiebre el silencio del agua
bajo el alba. Y ni siquiera nada que se estremezca
bajo el cielo. Sólo una tibieza que diluye las estrellas.
Estremece sentir la mañana que vibre,
virgen, como si nadie estuviese despierto.


 

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