jueves, marzo 23, 2017

CAMINAR, RESPIRAR Y RECORDAR POR FANNY JEM WONG

 

1974 (NOVIEMBRE 16) MI PRIMERA COMUNIÓN

CAMINAR, RESPIRAR Y RECORDAR.

Te acuerdas de aquel tiempo, cuando las decisiones importantes se tomaban con un infalible: ¿De tin marin… de do pingüe? ¡Cuando se podían detener las cosas que se complicaban con un firme...” Chepí!... ¡Chepí! “Y los errores se arreglaban diciendo... 'No vale, de nuevo... de nuevo...' Mientras pensabas ¡Está vez lo lograré! Y te esforzabas con todo el corazón para que así fuese.

Tener dinero significaba atacar la bodega y empacharte a más no poder de frunas, chicitos, galletas, deliciosos besos de moza o unos camotillos a la salida de la escuela, en la tienda del chino o pasarse una hora, tratando de escoger solo unas cuantas calcomanías porque querías todas, más solo podías comprar un par de ellas.

Jugar mundo era súper divertido, a nadie se le ocurriría que este no podía estar bajo las plantas de los pies. Mientras que el juego de la gallinita ciega, resultaba más divertido porque, en verdad era casi ciega de nacimiento. Alguna vez, terminé estrellada contra el viejo ropero y con un diente roto.

Me gustaba jugar a las escondidillas, aunque deje de hacerlo, por algún tiempo, cuando un niño dijo: -

¡Ampay, chancha asada!

Hoy río de ello, más en su momento me dejo llorando por largas semanas. Es increíble cómo se quedan esas cosas guardadas dentro de nosotros marcándonos en lo más profundo de nuestras autoestimas.

Para ayudar a los amigos, bastaba decir: ¡Ampay! ¡Me salvo, con todos mis compañeros vivos o muertos! Sería hermoso que en nuestro mundo de adultos de cuellos estirados eso fuera posible. Se me complica aceptar que el mundo de los adultos tenga tantos reveces.

Resultaba divertido gritar ¡El último en llegar es burro! Era lo único que nos hacía correr como locos, hasta que el corazón se nos salía del pecho. En mi caso me divertía observando la mayor parte de las veces a otros niños hacerlo, no siempre podía correr por mi asma, más me hacía feliz la alegría de mis compañeros de juego.

Los globos de agua eran poderosas armas. Pienso que, si las guerras fueran usando globos, tendrían otro sentido, en verdad acabaríamos con toda la humanidad en unas horas de tanto dolor de barriga que provocarían las carcajadas de todos nosotros.

Me encanta reír, creo que es una de las cosas que mayor valor tiene en el universo, por esa razón siempre agradezco la sonrisa que me regalan o que me roban.

Sacarse un 20 era el mayor de los logros para la mayoría de los niños, para mí nunca fueron algo especial. Papá decía siempre:

- ¡Eso es el resultado de tu esfuerzo!

De pequeña no lo comprendía, hoy sé que así era su forma de enseñarme a ser responsable, que lo importante no era la meta sino el camino.

 Ganarse un helado de esos con envase en forma de pelota, era sensacional. La corneta del heladero ejercía un efecto mágico en todos nosotros.

Me gustaba comprar malvaviscos de colores, de esos con forma de bebes y que nunca pude comer porque me sentía mala. Así que terminaban los bebitos de masmelo siendo cuidados por mí, como si fueran bebes de verdad, hasta que se ponían de otro color.

Quitarle las rueditas pequeñas a la bicicleta significaba un gran paso en la vida. En mi caso aprendí en una bici enorme, la de mi papito Valentín.

-Papá gritaba: ¡Sigue!, ¡Sigue!

-Y Plopppppppppppp, me di cuenta que lo estaba haciendo sola terminé cayendo pesadamente.

Saltar soga, siempre me resulto algo complicado, más era la reina de los yaces. Pase por la fiebre del taconazo y de los patines como la mayoría de mis amigas. Tenía unos de color azul eléctrico con pasadores blancos y ruedas amarillas, dignos de un payaso.

Más el vestirse de bailarina con los camisones de organza de mi mamá era lo que más disfrutaba. Encendía la vieja radiola y colocaba un Long play de música clásica de papá y simulaba una danza. Imaginándome que podía volar como una mariposa, aunque daba brincos como abejorro jaaaaaaaaa. Esto le divertía también a mi hermanita, abríamos la ventana de la casa para que nuestros amiguitos nos vieran danzando.

Años más tarde, estudiaba ballet con una maestra del Nacional de Argentina que se quedó en Perú por largo tiempo y aunque no tenía talento y mis pies eran tan planos como los del pato asistí por varios años.

Jugar al té con el juego de porcelana de mi prima Carmen era sensacional. Podía pasarme el día entero con ella y sus muñecas platicando. Aunque pensándolo bien, también pasaba largas horas mirando como giraba la bailarina de su caja de música a la cual adoraba. Tenía menos de cuatro años, más cierro los ojos y logro verlo.

Bailar el taconazo, fingir ser doctores y enfermeras, tirar el trompo de luces, cantar el Gran Monetón, ver al Topoyiyo con su ropa de dormir cantando “a la camita” o “Yo quiero ser como mi papá”, tomar rápido la leche como lo hacía el Tío Johnny, resultaba toda una fiesta para mi corazón.

Las seis de la tarde era hora sagrada, no me perdía un capítulo de los Picapiedras así fuera repetido y durante años trate de adivinar, si el Coyote sería atrapado por el Corre Caminos. Deseé con todas mis fuerzas que el tío Rico McPato fuera mi tío y me sentí la princesa de todos los cuentos.

El negocio del siglo era cambiar las figuritas repetidas de los álbumes, aunque tuve pocos, prefería coleccionar estampillas y monedas. Coleccionar muñecas recortables, papeles para cartas, stickers   y billetes de papel me hacían ser la más rica de todos los niños.

En mi imaginación, creí hasta grandota que algún día encontraría la olla de oro de un duende, que está vendría disfrazada de regalo y podría compartirla con las personas que apunte en una lista enorme y que guarde por años hasta hacerme adulta.

Leer cuentos siempre fue un deleite, especialmente los clásicos. Tenía loca a mi prima Chiqui repitiendo mil veces el mismo cuento de la Planta de Pico Pico. Aunque este era un cuento tétrico y nada clásico, es más creo que era un invento, a mí me encantaba.

Crecí leyendo cosas que quizás otros niños, ni sabían que existían. A los ocho años la ciencia, la literatura, la geografía, la historia me eran familiares. Me divertía mucho cuando los adultos me miraban como si fuera una enana, que sabía demasiado.

Gane mi primera medalla a los ocho años por escribir un cuento, nunca comprendí por que gane, si mataba a todos los personajes y al final solo había un destartalado tren. 

Mecerme en un columpio era fantástico, hasta que sufrí tal golpe que me llevó a emergencia con convulsiones cerebrales a urgencias, más por suerte se superó sin tanto lío. Nunca olvide que el dolor era tremendo y me hacía gatear de un lado a otro como si fuera un cachorro asustado.

Mecerse en la silla de mi papito Valentín cada domingo era genial, mi abuelo era criador de canarios y periquitos australianos, siempre recuerdo sus bellos ojos almendrados, su amor y dedicación por los animales y sus silbidos cuando entrenaba a los canarios.

Por su parte mi abuelo paterno Ricardo siempre elegante, con saco, sombrero, cuello almidonado y tirantes. El nunca hablo bien el español, siempre reemplazaba las “r” por “L” como todos los chinos. Trataba a las personas de Ud. incluyéndome a mí.

Jugar ludo o damas chinas con papá resultaba divertido, hasta que mi hermana Betsy se picaba por haber perdido, jaaaaaaaaaaaaaaa.

Papá solo la castigo una vez en la vida y fue por picona. Le dio un par de matamoscasos, ploppppppppppp por arrojar el tablero y las fichas al suelo.

¡El mayor estrés en el mundo era el examen de Mateeeeee!!! Nunca me gustaron las matemáticas y siempre sufrí con el inglés.

Hacer pasteles y hornear galletas era siempre súper divertido. Los domingos en casa de la abuela Julia significaba disfrutar de su enorme biblioteca, tocar palillos chinos y feliz cumpleaños en el viejo piano y jugar a la comidita con dulces y comida de verdad.

El mundo de los niños siempre ha sido el más feliz. Mi mayor vergüenza fue que tome biberón hasta los doce años. Me tomaba fotos con muñecas hasta los catorce años y aún después. Por si fuera poco, me hicieron un pastel con Blanca Nieves y los Siete Enanos a los 14 años jaaaaaaaaaaaaa, me quería morir, pero después me dio lo mismo, ¡total! A mí me gustaban y mis invitados en su mayoría eran menores que yo, jaaaaaaaaaaa todos mis primos.

Creí en Santa hasta los 12 años. Le escribía enormes cartas y a veces él me contestaba que no tenía mucho dinero para los regalos. Un día descubrí que era mi papá el que traía. En realidad, creo que lo sabía más era divertido y tierno no dejar morir la ilusión.

La ropa no importaba, nunca usé ropa de marca, más alguna vez discutí con mi hermana porque se vestía toda de rosado y no quería andar con ella, porque parecía la Pantera Rosa. 

A pesar que leía mucho y sabía que no era posible conservar las creencias fantásticas de mi mundo infantil, prefería acomodar mi mente para que la ciencia y mi mundo fantástico vivieran juntos. Así era posible hablar de cosas interesantes con los adultos, y en otros momentos conversar con los árboles, los animales y mis amigos del mundo imaginario.

Las lágrimas siempre existieron, brotaban cuando me daba un tras pies y me raspaba las rodillas. Cuando tenía pesadillas, esas que tanto me atormentaban desde los tres años y que de vez en cuando todavía aparecen. Desde muy pequeña me preguntaba frente a los espejos sobre mi propia existencia, siempre fui extraña y lo sigo siendo hasta hoy.

 Los pleitos con los amigos en mi caso casi no existieron, tenía pocos y los amo igual a pesar del tiempo. Recuerdo a cada uno de ellos: Valencia, Josefina Baldelomar, Carolina Chinen, María Jiménez, Lili Yara y otros tantos en mi juventud. Todos ellos se quedaron detenidos tal cual en mi memoria y a pesar de que los años y la vida cambian a las personas, aprendí a conservar todos mis afectos intactos.

FANNY JEM WONG

1974 (NOVIEMBRE 16) MI PRIMERA COMUNIÓN

 

 

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