Zhuangzi

La felicidad verdadera solo se encuentra en la mente sin restricciones. Zhuangzi

viernes, octubre 15, 2021

SALVATORE QUASIMODO Modica- Sicilia, 1901 – Amalfi, 1968

Salvatore Quasimodo, fue un periodista y poeta miembro del movimiento hermético italiano, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1959.

 

SALVATORE QUASIMODO Modica- Sicilia, 1901 – Amalfi, 1968

LA TIERRA INCOMPARABLE

Hace tiempo que te debo palabras de amor:
o tal vez sean las que cada día
huyen deprisa apenas pronunciadas
y la memoria las teme, que transforma
los signos inevitables en diálogo
enemigo enconado del alma. Tal vez
el rumor de la mente no deja oír
mis palabras de amor o el miedo
al eco arbitrario que desenfoca
la imagen más débil de un sonido
afectuoso: o tocan la invisible
ironía, su naturaleza de hoz
o mi vida ya cercada, amor .
O tal vez sea el color que las deslumbra
si chocan con la luz
del tiempo que vendrá a ti cuando el mío
no pueda ya llamar amor oscuro
amor ya llorando
la belleza, la ruptura impetuosa
con la tierra incomparable, amor.



DÍA TRAS DÍA

A mí, peregrino

He aquí que vuelvo a la tranquila plaza:
en tu balcón oscila solitaria
la bandera de fiesta ya pasada.
-Regresa -digo. Mas sólo a la edad
que anhela sortilegios burló el eco
de las cuevas de piedra abandonadas.
¡Cuánto ha que no responde lo invisible
si llamo como antaño en el silencio!
Tú ya no estás aquí ni tu saludo
llega a mí, peregrino. Nunca dos
veces el gozo se revela. Extrema
luz sobre el pino que recuerda el mar.
Vana también la imagen de las aguas.

Nuestra tierra está lejos, en el sur,
de luto y lágrimas caliente. allí,
hablan, con negros chales
mujeres de la muerte a media voz,
en la puerta de la casa.


Imitación de la alegría

Donde los árboles aún
más desolada hacen la tarde,
al tiempo que indolente
se ha desvanecido tu último paso,
aparece la flor
en los tilos y persiste en su suerte.

Buscas una explicación a los afectos,
pruebas el silencio en tu vida.
Otra ventura me revela
el tiempo reflejado. Aflige
como la muerte, la belleza
ya en otros rostros fulmínea.
He perdido toda cosa inocente,
incluso en esta voz, que sobrevive
para imitar la alegría.

 

 

El alto velero

Cuando vinieron los pájaros a mover las hojas
de los árboles amargos junto a mi casa
(eran ciegos volátiles nocturnos
que horadaban sus nidos en las cortezas),
alcé la frente hacia la luna
y vi un alto velero.

Al borde de la isla el mar era sal;
y se había tendido la tierra y antiguas
conchas relucían pegadas a las rocas
en la rada de enanos limoneros.

Y le dije a mi amada, que en sí llevaba un hijo mío
y por él tenía siempre el mar en el alma:
«Estoy cansado de estas olas que baten
con ritmo de remos, y de las lechuzas
que imitan el lamento de los perros
cuando hay viento de luna en los cañaverales.
Quiero partir, quiero dejar esta isla.»
Y ella: «Querido, ya es tarde: quedémonos.»

Entonces me puse a contar lentamente
los vivos reflejos de agua marina
que el aire me traía a los ojos
desde la mole del alto velero.

 

 

En el preciso tiempo humano

Yace en el viento de profunda luz
la amada del tiempo de las palomas.
De mí de aguas de hojas,
sola entre los vivos, oh dilecta,
hablas; y la desnuda noche
tu voz consuela
de lucientes ardores y leticias.

Nos decepcionó la belleza, y la desaparición
de toda forma y memoria,
el lábil movimiento revelado a los afectos
a imagen de los internos fulgores.

Pero de tu sangre profunda,
en el preciso tiempo humano,
renaceremos sin dolor.

 

 

De tierna mujer echada entre las flores

Se adivinaba la estación oculta
por el ansia de las lluvias nocturnas,
por los cambios de las nubes en el cielo,
undosas leves cunas;
y yo estaba muerto.

Una ciudad suspendida en el aire
era mi último exilio,
y en torno me llamaban
las suaves mujeres de otros tiempos,
y la madre, renovada por los años,
con su dulce mano escogía entre las rosas
y con las más blancas ceñía mi cabeza.

Afuera era de noche
y los astros precisos seguían
ignotos caminos en curvas de oro
y las cosas vueltas fugitivas
me llevaban a rincones secretos
para hablarme de jardines abiertos de par en par
y del sentido de la vida;
pero a mí me dolía la última sonrisa

de tierna mujer echada entre las flores.

 

 

Lamento por el sur

La luna roja, el viento, tu color
de mujer del Norte, la llanura de nieve…
Mi corazón está ya en estas praderas,
en estas aguas anubladas por la niebla.
He olvidado el mar, la grave
caracola que soplan los pastores sicilianos,
las cantilenas de los carros a lo largo de los caminos
donde el algarrobo tiembla en el humo de los rastrojos,
he olvidado el paso de las garzas y las grullas
en el aire de las verdes altiplanicies
por las tierras y los ríos de Lombardía.
Pero el hombre grita en cualquier parte la suerte de una patria.
Ya nadie me llevará al sur.

Oh, el Sur está cansado de arrastrar muertos
a la orilla de las ciénagas de malaria,
está cansado de soledad, cansado de cadenas,
está cansado en su boca
de las blasfemias de todas las razas
que han gritado muerte con el eco de sus pozos,
que han bebido la sangre de su corazón.
Por eso sus hijos vuelven a los montes,
sujetan los caballos bajo mantas de estrellas,
comen flores de acacia a lo largo de las pistas
nuevamente rojas, aun rojas, aun rojas.
Ya nadie me llevará al Sur .

Y esta tarde cargada de invierno
es aún nuestra, y aquí te repito
mi absurdo contrapunto
de dulzuras y furores,
un lamento de amor sin amor.

 

 Visible, invisible

Visible, invisible
el carretero en el horizonte
entre los brazos del camino llama
contesta a la voz de las islas.
Tampoco yo voy a la deriva,
en torno gira el mundo, leo
mi historia como guardián nocturno
en las horas de lluvia. El secreto tiene márgenes
felices, estratagemas, atracciones difíciles.
Mi vida, habitantes crueles y sonrientes
de mis caminos, de mis paisajes,
no tiene manijas en las puertas.
No me preparo para la muerte,
conozco el principio de las cosas,
el fin es una superficie por la que viaja
el invasor de mi sombra.
Yo no conozco las sombras.


 

Carta

Este silencio quieto en las calles,
este viento indolente, que se desliza
bajo entre las hojas muertas o asciende
hacia los colores de las insignias extranjeras...
tal vez el ansia de decirte una palabra
antes de que se cierre de nuevo el cielo
sobre otro día, tal vez la inercia,
nuestro mal más vil... La vida
no está en este tremendo, oscuro, latir
del corazón, no es piedad, no es más
que un juego de la sangre donde la muerte
está en flor. Oh mi dulce gacela,
te recuerdo aquel geranio encendido
sobre un muro acribillado de metralla.
¿O ahora ni siquiera la muerte consuela
ya a los vivos, la muerte por amor?

 


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